Ya sé que es difícil deslizarse entre lo negro y lo blanco para surfear sobre los matices. Por ejemplo si se escribe sobre la España vacía sin utilizar los habituales lugares comunes. Pero sucede que todo es relativo. Por ejemplo, estoy convencido de que no pocas personas que ayer se manifestaron por Madrid (con todo el derecho y la razón del mundo), aunque reclamaban discriminación positiva para las provincias y comarcas que se quedan sin habitantes, votarán el 28-A a partidos contrarios a toda discriminación positiva. Aunque exigían (y bien exigido estuvo) un mayor peso en las instituciones del Estado, apoyarán en las urnas a formaciones que no ocultan su deseo de reformar el sistema electoral para hacerlo mucho más proporcional, lo que produciría de facto la invisibilziación definitiva de las pequeñas circunscripciones.

Así no se defiende España, sino que se la divide aún más, suele decirse a quienes se empeñan en sostener la unidad del Estado mediante el uso de la fuerza para someter a los díscolos periféricos. Así no se defiende el territorio, cabría reprocharles a las fuerzas políticas que propugnan la desaparición de las autonomías y las diputaciones provinciales y los entes comarcales y todas las administraciones próximas que, mal que bien, permiten subsistir a la España rural profunda. O a todos aquellos que pretenden paliar el vacío usándolo para localizar allí instalaciones de enorme impacto medioambiental. O los que entienden la igualdad entre españoles como un toma y daca en el que unos ponen los pocos recursos que tienen (pongamos el agua del Tajo... o del Ebro) para que otros mantengan sin límite alguno un desarrollismo destructivo y especulador.

La España vacía necesita incentivos fiscales, inversiones, servicios y apoyo por parte de las regiones más pobladas. Es de cajón. Pero sobre todo precisa racionalizar sus aspiraciones, generar emprendimiento y mucha credibilidad, mimar y proteger el territorio (que es su mejor activo)... y sacudirse de encima la tutela política de los reaccionarios.