Como ciudadano y como profesor universitario, confío en que puedan enriquecer al lector estas reflexiones sobre el tradicional acto de inauguración del Curso Académico 2004-2005, que tuvo lugar el pasado lunes en el Paraninfo. Bajo la presidencia del rector, del presidente de la Comunidad Aragonesa y la del Consejo Social, la convocatoria reunió a autoridades y representaciones de todo ese sutil y significativo entramado de la Administración local, regional y nacional, de la sociedad civil y de la comunidad universitaria que expresaba la vertebración de nuestra sociedad y que todos estaban allí en ese preciso acto con su significado.

La liturgia de la inauguración contempla la presentación de la memoria del Curso Académico anterior, la lección inaugural con toda su solemnidad (Rafael Núñez-Lagos y la radioactividad) fue la de este año, y la toma de posesión formal de los nuevos profesores.

Pero con todo, el momento más esperado, son las intervenciones del rector, y del presidente de la Comunidad, que ocupan el último tramo del acto académico.

NO HAY que volver con el recuerdo a páginas de historia lejana, sino al pasado reciente, para rememorar años en los que a pesar del cuidado de las formas se captaban no sólo diferencias sino discrepancias entre la Administración aragonesa y la universidad en el mes de septiembre en el Paraninfo. Preámbulo de sequía, tristeza y estancamiento en el devenir de la universidad ese curso y los siguientes.

Felizmente esta semana, Felipe Pétriz, hizo un diagnóstico del momento y expuso un proyecto ilusionante de futuro (con la facilidad que se deriva del pensamiento lógico de los matemáticos), que fue recogido y apoyado por Marcelino Iglesias en un compromiso público nítido.

NO SE ESCAPA el buen hacer previo que Angela Abós desde el Consejo Social, de Alberto Larraz desde la consejería de Universidades y el profesor Eduardo Bandrés desde la de Economía, tuvieron que desarrollar para que la sintonía reinante fuera tan clara y esperanzadora.

Universidad de Zaragoza, Universidad de Aragón, que este año ha reformado sus estatutos, ha procedido a la elección libre de nuevo claustro, nuevo rector y nuevo consejo de gobierno. Universidad que imparte 73 titulaciones en 22 centros, acoge a 36.000 estudiantes, tiene 1.264 líneas de investigación activas, y un fértil programa de relaciones internacionales con la dedicación de casi 3.000 profesores. Es lógico que forme parte no sólo de nuestra cultura por sus cuatrocientos años de labor, sino que en todo proyecto de futuro de Aragón es la institución que puede contribuir a la creación de conocimiento y a su transmisión como premisas de progreso, libertad y bienestar.

Por ello, y con la herramienta de la Nueva Ley de Ordenación del Sistema Universitario que Larraz presentó hace unos días, la feliz sensación con la que volvía a casa tras el acto puede resumirse en que existe un proyecto de universidad innovadora definido, que se integrará en el Espacio Europeo de Educación Superior, que vertebra y enriquece a nuestra sociedad, de la que está próxima para sus necesidades, y que no sólo contribuye a la generación de conocimientos con la investigación, y a su transferencia con la pedagogía moderna, sino, recordando a Ortega, a formar ciudadanas y ciudadanos para un futuro mejor.

El compromiso de estabilidad que significa el discurso del presidente hace que, esta semana, los aragoneses podamos estar más ilusionados con nuestro futuro.

*Catedrático de Urología