Hoy hace cien años la Gran Guerra todavía no había escuchado un disparo. Aún no contaba cadáveres, aunque era cuestión de horas: el imperio austrohúngaro abrió oficialmente las hostilidades contra Serbia el 28 de julio, es decir, un mes después del atentado que se cobró la vida del heredero del trono austriaco en Sarajevo; lo que a la postre fue el detonante de un conflicto que arrasó Europa y sacudió el mundo.

En esos 30 tensos días la diplomacia de los países e imperios que poco a poco fueron entrando después en la lucha fraguó un fracaso impensable para una sociedad que creía haber tocado el techo de la modernidad y el desarrollo. Aún hoy resulta difícil analizar por qué la Belle Époque quiso mancharse las manos de sangre de esa manera.

Tras el armisticio de 1918, los líderes mundiales proclamaron haber aprendido la lección y se dieron prisa en crear la Sociedad de Naciones, organismo internacional concebido por encima de todo para evitar la repetición de lo ocurrido. ("Esta guerra, como la que venga después, es una guerra para poner fin a la guerra", había dicho el premier Lloyd George).

El resto, como se sabe, llegó encadenado: el hombre, la piedra y la teoría del tropiezo continuado. La irrupción del nazismo y el estallido de un nuevo enfrentamiento planetario (bombas nucleares incluidas) volvieron a exprimir lo peor del ser humano apenas dos décadas después. Eso sí, el nuevo escarnio sirvió para renovar viejos y poco usados propósitos de enmienda, que esta vez se convirtieron en la pomposa Organización de Naciones Unidas, dotada de una oficina abierta 24 horas (Consejo de Seguridad) encargada de conferir legalidad (o no) a los conflictos que van surgiendo.

Y así han pasado los años. Nunca nos han faltado un combate aquí, una refriega allí o una ofensiva allá. Por ejemplo, ahora nos toca asistir desde la primera fila al bochorno de Siria, las matanzas de Gaza o el derribo de un avión civil en Ucrania. Ejemplos que retratan la obscena incapacidad para convivir en paz de una humanidad que mañana mismo conmemora un siglo más de los muchos de destrucción y muerte a los que parece estar destinada. Periodista