Cuando uno llevaba algunos meses en la Presidencia de esta Comunidad me recibió Felipe González, que era en aquel tiempo el inquilino de la Moncloa. Se trata de una cordial costumbre que no pasa de ahí y uno pensaba que las relaciones entre el presidente del Gobierno central y los de las Comunidades Autónomas debían constituir algo más y algo distinto del simple recibimiento protocolario a los recién llegados. Eran visitas que servían cuanto menos para conocerse; González y yo nos conocíamos del Congreso en donde coincidimos diez años, los que habían pasado desde las elecciones de junio de 1977 y resultaba evidente que cada uno sabía quién era el otro, para lo bueno y para lo dispensable.

No falta quienes van a esos encuentros con una lista de peticiones y salen entusiasmados por la "calurosa acogida" que el Presidente de turno les da. Esos volvían a su región (o nacionalidad) persuadidos de que los problemas de los que habló iban a resolverse "de verdad"; algo ingenuos ya eran, pero al no citar nombres, a nadie ofendo. No fue ese mi caso, ni trato ahora de contar lo que representó aquella audiencia bastante extensa, aunque sin entrar en lista de peticiones o cosas así. Fue una conversación natural a cuyo segunda parte asistió el que era entonces Ministro para las Regiones, Joaquín Almunia.

Hablamos de diversas cosas, unas de Aragón y otras del conjunto de España. Todo fue tan normal que me pareció oportuno (aunque no para recibir una respuesta), sugerir al Presidente la conveniencia de que todos los Presidentes de CCAA nos reuniéramos periódicamente con él. Recuérdese que constitucionalmente esos presidentes son los representantes ordinarios del Estado en la respectiva Comunidad. Felipe calló y entendí que la idea le atraía poco y no insistí, pero algo más tarde (hablo de memoria, sin consultar ni fichas ni fechas), alguien del Senado o quizá antes del Gobierno, tuvo la idea, a mi juicio acertada, de invitar a los Presidentes autonómicos a acudir al Senado y contar cómo se veía la res pública desde la correspondiente atalaya regional.

La idea se transformó en una invitación del Senado a los presidentes autonómicos, dejando a cada uno de ellos la opción de acudir personalmente o de delegar en un consejero. Acepté la invitación y contesté de inmediato, anunciando que asistiría personalmente a la Comisión de la Cámara Alta encargada de escucharnos y de preguntarnos lo que pudiéramos decirles. Fue "una puesta en común" que se inició con una larga exposición mía sobre lo que llamaba algo en serio y algo en broma, "el estado del Estado de las Autonomías" y después un diálogo al que le faltó información previa sin la que debatir es ocioso.

Todo eso lo recuerdo ahora porque también en aquella ocasión hablé de la conveniencia de crear una Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas con el titular del Gobierno Central y si bien la idea fue mejor acogida que en la visita a González, tampoco de allí salió nada.

Ahora parece que ZP tiene el propósito de instituir ese Consejo de Presidentes y aunque llegue algo tarde, sigo opinando que es una buena iniciativa y que a todos los que participen de buena fe les será útil la asistencia si, en fin, no se limita a la retórica que gusta demasiado a los políticos. Además, les enseñará la importancia de comprender a los otros y la de recordar que España es una y que no sólo es bueno sino indispensable actuar bien unidos; sería un ejemplo de los que necesitamos. Es un temor patente ese de que haya en España una sola región o nacionalidad que proyecte verdaderamente su secesión del resto de España. Constituirse en Estado independiente en las lindes de Europa más parece jactancia de tahúr que posibilidad real. Podrá alguna de esas Comunidades utilizar un lenguaje que anuncie semejante propósito, pero se librarán de procurarlo en serio, porque carecerían hasta de interlocutor. La UE no aceptaría ni conversaciones sin que se resquebrajaran otros Estados.

El secesionismo de ateneo y mitin da frutos a quienes juegan a eso para conseguir lo que a los territorios fieles se les niega, ventajas o prebendas, no para el "soberanismo" práctico. Como el ave de la Pampa esos predicadores "en un lao ponen los gritos y en otro ponen los huevos". Esa Conferencia de Presidentes no la veo como parte del Senado sino como órgano incardinado en el Ejecutivo. Pero lo difícil es que la iniciativa asumida por ZP no tiene clara su viabilidad a menos que se muestre muy eficaz desde ahora mismo y que las Comunidades cooperen en plano de igualdad entre ellas, pero entiendo positivo el proyecto y sería un indicio razonable de que España sigue y nos preocupa.