Durante muchos años pasé olímpicamente de las elecciones. Era abstencionista activo. Lo de activo era un decir, porque mi activismo no iba más allá de levantar la voz en alguna comida familiar. Un día (unos dirán que maduré y otros que me hice viejo) decidí ir a votar. La verdad que al peder mi virginidad democrática no sentí una sensación extraordinaria: no sonaron campanas en mi corazón, vaya. Tampoco se me cayó el pelo, ni me salió un sarpullido. Ni frío, ni calor, pero el caso es que desde entonces repito. El votar como el rascar, todo es empezar. Y es que a pesar de que el escepticismo de muchos esté sobradamente justificado, no es cierto eso de "son todos iguales". No es lo mismo que te gobierne Lula que Chávez, Mitterrand que Olof Palme, Churchill que Thatcher, y hasta si mucho me apuran, Bush hijo hará bueno a Bush padre. Siempre se ha dicho que los esquimales distinguen ocho tonalidades diferentes de blanco. Aunque no lo vea del todo claro, agudizaré la percepción visual para elegir lo menos negro de entre los grises. Volveré a votar porque, que gobiernen unos u otros (ya lo dice Alejandro Sanz): "No es lo mismoooo".

*Músico y gestor cultural