Cierto es que volver al coronavirus por tercera vez da mucha pereza, pero parece que la realidad manda y el confinamiento acompaña. Es algo así como si, al estar confinado, este artículo tuviese que ser obligatoriamente sobre el virus.

Estos días, en la información hay de todo: sobreinformación, especialmente en las televisiones (singularmente la Sexta), cuadros de estadística, proyecciones de prospectiva, modelos matemáticos, mítines y antimítines en las comparecencias de los políticos, y, desde luego, mucho trabajo y dedicación de nuestras autoridades responsables, tanto nacionales como autonómicas y locales. Y, cómo no, un comportamiento ejemplar de la sociedad española, especialmente los que están en primera línea (sanitarios, asistencia social, investigadores, informáticos, agentes del orden, trabajadores esenciales, agricultores, transportistas, etc.). Pero, junto a todo ello, también hay aportaciones de pensadores muy interesantes en los medios de comunicación (Y. N. Harari, John Gray, Eduald Carbonell, el espacio televisivo de Gabilondo 'Volver para ser otros') que nos estimulan con sus visiones a largo plazo y sus contextualizaciones de lo que está pasando.

Paralelamente, en España, está teniendo lugar un comportamiento por parte de la oposición política (PP, Vox) verdaderamente lamentable. Parece mentira para el PP, partido con vocación de gobierno, que no esté a una mínima altura en medio de una pandemia mortal. La gente normal, que es mucho más inteligente de lo que parece, no les pagará en rentabilidad electoral. Paradójicamente, engordan al Gobierno vigente, que, con sus errores y aciertos, se está dejando la piel todos los días. No toca ahora discutir ni criticar, sino unirse en el camino a seguir para parar la pandemia: animando, proponiendo acciones y estrategias, negociando y pactando la ruta a seguir hoy, sanitariamente, y mañana, social y económicamente.

Algunas ideas. N. Harari dice que mucha gente culpa de la epidemia de coronavirus a la globalización, y que la única forma de impedir que haya más brotes de este tipo es desglobalizar el mundo: construir muros, restringir los viajes, disminuir el comercio. Sin embargo, aunque en estos momentos la cuarentena es fundamental para detener la epidemia, instaurar el aislacionismo a largo plazo provocaría un derrumbe económico y no proporcionaría ninguna protección genuina contra las enfermedades infecciosas. Todo lo contrario. El verdadero antídoto contra una epidemia no es la segregación, sino la cooperación.

Las epidemias del siglo XIV (peste negra), XVI (viruela) y 1918 (la gripe española) mataban a millones de personas mucho antes de la era de globalización actual. Murieron muchos millones de personas sin que existiera la movilidad actual, que sí es un factor exponencial de contagio. Por el contrario, tenemos los ejemplos horribles del sida y el ébola en el siglo XXI, que, con una movilidad planetaria, mata a muchísima menos gente. Y está claro que el éxito no es por el aislamiento sino por la información compartida. Es la ciencia y la tecnología compartidas en todo el mundo lo que nos permitirá ganar este tipo de batallas. Sin obviar el hecho de la fragilidad humana respecto de cualquier epidemia nueva y del cambio climático, que ahora parece no existir en los medios.

Depredadores invisibles

La historia indica que la protección se obtiene con la solidaridad científica mundial. Cuando los científicos comprendieron lo que causan las epidemias, les fue mucho más fácil luchar contra ellas. Las vacunas, los antibióticos, una mayor y mejor higiene e infraestructuras médicas mucho mejores, han permitido que la humanidad ganara la partida a sus depredadores invisibles. El coronavirus actual lo parará el intercambio de informaciones científicas fiables y la solidaridad mundial.

Y allá en el fondo, siempre está la política, sin la que la ciencia y el progreso tendrían difícil su existencia. Si los políticos tuviesen como objetivo principal de su acción pública el beneficio general, todo sería mucho más fácil. La responsabilidad política es una obligación de primer orden. No tienen los políticos por qué ser científicos, pero sí deben ser capaces de distinguir y ordenar las prioridades de su política. Nadie nace aprendido, pero lo que sí debe tener el político es capacidad de aprendizaje. Sin ella y una mínima ética no deberían ser admitidos en puestos de responsabilidad. Una primera lección a aprender es fortalecer inteligentemente la ciencia en general y la sanidad en particular. Que, curiosamente, es lo que no se ha hecho en España, en los últimos doce años. La pandemia actual no deja de ser un fracaso por el bajo nivel de la ciencia en España y su falta de coordinación.

*Profesor de Filosofía