Es posible que muchos hogares españoles se hayan convertido en simulaciones de novelas de Javier Tomeo. «El encierro y la incomunicación son dos de mis temas recurrentes», decía. 'El cazador', la primera obra del escritor de Quicena, contaba la historia de un hombre que decidía encerrarse en su habitación. En 'Los enemigos', un padre y un hijo se refugian en casa para protegerse de una secta que quiere secuestrar al menor. Otros solitarios de sus libros intentan entablar diálogos imposibles: con una muñeca hinchable, con una madre muerta, con una mujer a la que llaman por error. A veces desconfían de los vecinos: les parece que los observan con intenciones malvadas o perversos propósitos sexuales.

Cuando empezó el aislamiento, muchos recordaron una película de Luis Buñuel, 'El ángel exterminador', donde un grupo de burgueses no pueden abandonar la habitación en la que han cenado. El director artístico de la película fue el oscense Julio Alejandro de Castro, guionista de otras películas del cineasta, como las galdosianas 'Nazarín', 'Viridiana' y 'Tristana', y de 'Simón del desierto', un film sobre un anacoreta que también resulta adecuado para estos días. La forma de distanciamiento social de Simón el estilita es radical, aunque quizá lo sea más la de Sabino, el protagonista de 'El lugar de un hombre', de Ramón J. Sender, que explica: «Me dio un barrunto y me fui del pueblo». Las consecuencias de esa decisión individual sobre los demás es otro de los temas de ese libro.

En YouTube pueden encontrarse las dos partes de 'El último aragonés vivo', de David Terrer, que habla de una misteriosa epidemia que acaba con los aragoneses. El protagonista, Jorge Asín, se encierra en su casa, llenando botellas de semen para evitar la extinción. Es más gozoso el encierro que proponía Ángel Petisme en 'La habitación salvaje'.

Para evitar la ansiedad que produce el confinamiento --una medida necesaria, pero cuyas consecuencias psicológicas son amplias, prolongadas y sustanciales, dice un estudio de 'The Lancet'-- se recomienda leer, hacer ejercicio, mantener una cierta disciplina y cuidar el contacto con el exterior.

Puede venir bien también el humor de estos narradores del aislamiento y la imaginación libre de Julio Alejandro de Castro, que fue marino, y que decía que había elegido esa profesión porque había olido el mar en el Moncayo. Hay una tradición y hay tiempo: se puede escribir una gran novela aragonesa.

@gascondaniel