L as preocupaciones ni se crean ni se destruyen, solo cambian de objetivo. Sería una ley de conservación de la ansiedad que emula a la de la energía. Algo que funciona en individuos y grupos sociales. Lo que sí debemos modular es la intensidad y la utilidad del nivel de activación, frente a amenazas, para nuestra supervivencia diaria.

Entre la atención que debemos prestar a un semáforo para que no nos atropellen, y el temor de galos como Asterix, del recientemente fallecido Uderzo, a que el cielo cayera sobre sus cabezas, hay un buen trecho.

En la crisis del covid-19 la ansiedad social se acumula a la individual. El golpe del martillo sobre el dedo de nuestro virus solo ha ocultado el dolor de cabeza de nuestra sociedad. La fuerza cooperativa de solidaridad se concentra en lo urgente, aparca lo estructural y prioriza lo coyuntural. Ni bueno ni malo, natural y humano.

Podríamos clasificar nuestros comportamientos en los que desarrollamos por obligación, por convicción o por realización social. Entre los primeros estaría ir a trabajar o hacer la declaración de la renta. Por convicción hacemos deporte o vamos a votar. Y nos realizamos, biológica y socialmente, en las relaciones de ocio, pareja o familia. Pero ni las conductas ni las personas somos compartimentos estancos.

Unos viven su trabajo como una relación de ocio, otros lo ejercen por convicción de amor a su profesión y a otros les supone una obligación hacer deporte como profesionales. Estos desequilibrios provocan desajustes psicológicos. El aislamiento está sirviendo de confitamiento colectivo, endulzando a los individuos con azúcar de grupo social. Pero hay carencias educativas. No hay una formación colectiva para hacer frente a amenazas como esta pandemia.

Falta un protocolo social de comportamiento. Nos han enseñado a prevenir riesgos y catástrofes de emergencia inmediata. El terrorismo, un cataclismo natural, un incendio o un accidente laboral en una empresa de riesgo, son actuaciones que prevemos. Pero no sabemos dar una respuesta global ante una amenaza de ritmo lento.

Quizás esta sea una de las enseñanzas que vamos a extraer del coronavirus. En la segunda guerra mundial la población sabía lo que debía hacer al escuchar las sirenas. Cuando terminó, aprendieron a protegerse de un supuesto ataque nuclear. Ni siquiera esto afectaba a toda la especie. Ha llegado el momento de que las respuestas que hemos tomado, por indicación y obligación, lo sean por convicción. Por lo tanto deben ser enseñadas y ensayadas por todos a nivel global. Desde los institutos a las empresas, los pueblos y los barrios. Con una salvedad.

Se trata del planeta y de la humanidad. Una planificación y una respuesta así deben estar coordinadas por la Organización Mundial de la Salud y Naciones Unidas. Ya sé que el buenismo carece de eficacia. Pero cuando tiene lógica lo único que se necesita es voluntad política. Solo desde una autoridad internacional, aceptada y respetada, podemos ofrecer respuestas globales a problemas comunes.

Colaboración transnacional

Cierto que no hemos tenido demasiado éxito con el hambre y la paz en el mundo. Si nos niegan una colaboración transnacional para defender la salud de la humanidad, igual es que a los gobiernos (en particular a las mayores potencias) les importa más su riqueza que nuestra vida. En EEUU las colas en los supermercados son para comprar armas, batiendo récords.

¿Qué puede salir mal? Hoy es un buen día para reclamar algo de sentido común. A iniciativa de la ONU, celebramos el Día Internacional de la Conciencia. Una llamada a fomentar la cultura de la paz, con amor y conciencia. Feliz día jipi. En España parece que se vislumbra el final del confinamiento porque vuelve la bronca política. Si la gente tiene ganas de salir de casa, las derechas es que se suben por los poderes. La experiencia del plasmao de Rajoy no le sirve al PP para hacer teleoposición. El Gobierno de Sánchez no hace más que aprobar medidas progresistas para defender a los más débiles en esta pandemia. A este paso el BOE se va a editar en rojo carmesí. Peligro. Casado solo quiere que esta crisis sea la más carilla para la izquierda. Europa parece dispuesta a aceptar la petición española de promover un fondo comunitario de paro de más de 100.000 millones de euros. Buenas noticias para nuestra salud laboral en la UCI. Malas para los virus de las derechas.

En Aragón, Lambán ha mandado a los jueces a hacer mascarillas con sus puñetas. No necesita flagelarse ni ponerse bozal por su comentario. Que los mande a paseo, ya que no le dejan airear niños, así se ventilan y dejan de ordenar sandeces. Podían haber sentenciado que se triplicara el número de respiradores y personal en hospitales y residencias. Hubiera sido más útil una orden de alejamiento al virus, de la humanidad.

Nos disponemos a comenzar una semana que algo recuerda a las de antes. Aquellas que nos contaban nuestros abuelos y que algunos conocimos en su estertor. Bares y cines cerrados por la pasión católica. Películas de monjas terroríficas, y viceversa, tan en blanco y negro como la sociedad que esperaba salir de otro tipo de aislamiento más profundo y mental. Entonces los enfermos de libertad estaban en las cárceles. Y el virus lo inoculaban en las iglesias, en el NO-DO y en las escuelas. Al menos ahora somos libres de estar encerrados.

*Psicólogo y escritor