Debería ser éste un fin de semana de celebraciones por la incorporación a la Unión Europea de diez nuevos países miembros, pero tal es la magnitud de los últimos acontecimientos vividos en Irak que el foco de atención internacional sigue enquistado en Oriente Medio como núcleo de un problema global. Mientras Europa avanza en su construcción y sienta las bases de un futuro más próspero y más libre, la Administración estadounidense sigue anclada en un unilateralismo cegato e indisimulado que nos arrastra a todos a la vorágine.

Un año después de que el presidente norteamericano, George Bush, aterrizara en un portaviones estadounidense y pronunciara con la frivolidad del visionario la frase "Misión cumplida", para visualizar el final de la guerra y --lo que era más importante en aquel momento-- el derrocamiento de Sadam, la situación no ha hecho más que empeorar, tanto en Irak como en el mundo. Por aquel entonces, Bush, que cada día que pasa da nuevos argumentos a quienes le acusan de ser un títere sin personalidad al servicio del Partido Republicano más recalcitrante y desvergonzado de las últimas décadas, daba por sentado que a estas alturas del 2004 la situación sería bien distinta a la actual. Pero los riesgos que se expresaban entonces se han convertido ya en una realidad peligrosa e incontrolable que nos obliga a todos y ante la que no podemos volver la cara.

Por eso, la gran noticia de la semana ha sido sin duda la firmeza del presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, de retirar cuanto antes nuestras tropas del avispero iraquí que el Ejército estadounidense es ya incapaz de controlar. Mientras en España se producían las pertinentes explicaciones en el Congreso de los Diputados por tan acertada decisión, de Irak seguían llegando noticias desalentadoras. Los soldados americanos asediaban con insistencia la población de Faluya para, impotentes tras una semana de ataques y bombardeos, acabar dando el mando a un jefe militar del antiguo régimen huseinista . Y los españoles desplegados en la zona hacían saber a Madrid que los continuos ataques de milicianos armados amenazan con imposibilitar el regreso en los plazos anunciados.

Ante esta tesitura, provoca enorme desilusión ver cómo en España, el principal partido de la oposición se encastilla en sus posiciones cerradas fruto del error estratégico del expresidente José María Aznar. No es de recibo que su sucesor en el PP, Mariano Rajoy, asegure en el Congreso para replicar a Zapatero su abandono de Irak que la decisión es insolidaria, precipitada, irreflexiva y perjudicial para la credibilidad de nuestro país. Lo único cierto en este momento es que no tuvimos que ir a Irak, a un escenario bélico, que no de reconstrucción, por lo que sólo cabe la capitulación y la marcha ordenada pero urgente de aquel lugar.

Lejos de buscar nuevas complicidades, la Casa Blanca sigue anclada en sus delirios internacionales y no sólo sufre su falta de previsión tras la invasión en Irak, sino que la alimenta. Porque la interrelación de la cada vez más grave situación en el Golfo Pérsico con el conflicto árabe-israelí es evidente. Bush ha decidido tirarse definitivamente al monte y amparar con su política de gestos las decisiones más arriesgadas de Ariel Sharon para solucionar sin consenso el conflicto de los territorios ocupados.

Es triste decirlo, pero confluye además una tercera evidencia nada despreciable. Es cada vez más palpable de que la ONU será incapaz de encontrar una solución inmediata para la normalización de Irak, sobre todo tras la declaración de Collin Powell de que la devolución de la soberanía a los iraquís el 30 de junio será simbólica, al reservarse la fuerza ocupante una parte importante de las competencias.

Así las cosas, y cuando Europa intenta crecer desde conceptos de solidaridad y de unión política real, el panorama mundial es cada vez más complejo. Hay un conflicto abierto que además aparece claramente relacionado con un terrorismo global que tiene su epicentro en todas partes y en ninguna a la vez. Movimientos que comparten razón de ser y son capaces de organizar atentados como el del 11-M, de devolver a Siria al escenario del terrorismo internacional o de alimentar a insurgentes extremistas en Tailandia. Por eso urge demostrar a los EEUU los errores de su unilateralismo e intentar, por difícil que parezca, que la ONU recupere su papel central en la resolución de conflictos. La segunda guerra de Irak nos ha demostrado que ya no hay problemas locales y que los efectos de la globalización son patentes también en organizaciones cada vez más complejas que hacen del horror una forma clara de expresión de los conflictos entre civilizaciones. Actuar con firmeza contra quienes intentan imponerse desde el terror es un obligación que, no obstante, no debe amparar el actual modus operandi norteamericano. A partir de hoy, la Europa de los 25 tiene la obligación de reflexionar al respecto y de hacer ver a la América de los 50 que en su empecinamiento está el error y no la solución. Todo puede ser más sencillo si en noviembre los estadounidenses ponen a Bush en el sitio que se merece.

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