A veces las cosas son lo que parecen, cuando eso ocurre la verdad es transparente y fácilmente reconocible, pero no siempre lo es. En muchas ocasiones la verdad vive camuflada y para conocerla se hace preciso un esfuerzo por des-velarla, apartándole el velo tras el cual se oculta. Uno de los motivos por los que a veces se hace difícil dar con la verdad de las cosas es porque a menudo resulta complicado movernos a la velocidad con que se esconde o es escondida. Se me ocurre un ejemplo que tal vez ayude a aclarar las cosas. Tendemos a creer que los totalitarismos, sean del color que sean o hayan sido, han ido y siguen yendo acompañados de expresiones éticas y estéticas contundentes, arrolladoras y que, de forma explícita y ostentosa, no permiten nada al margen de ellos. El fascismo, el nazismo, el bolchevismo... ninguno de los totalitarismos del XX dejaba lugar a dudas de su categórica y excluyente presencia. Tal vez por ello hemos llegado a reducir el totalitarismo a algunas de esas formas de gobierno y si no con esas con alguna otra muy cercana o parecida. Sin embargo no creo que tal identificación sirva para los tiempos que corren. Lo explícito, lo patente y transparente no es lo único que existe, ni siempre las cosas son lo que parecen, ni siempre aparecen ante nuestra vista como tales. En mi opinión el conformismo entendido como aceptación acrítica y ciega de lo que existe hasta el punto de invalidar y anular las condiciones de posibilidad de la existencia de otras formas de pensamiento, vida, gobierno o creencia es también un tipo de totalitarismo. El totalitarismo que, de forma silenciosa, se aviene o contemporiza con violencias o discriminaciones injustificadas pero cuyo cuestionamiento no nos planteamos porque podría conducir al cuestionamiento mismo de la propia forma del ver o ser en el mundo. Dicho de otro modo: callarse y aceptar por comodidad, cobardía o egoísmo exacerbado lo que se sabe o tiene por injusto puede acabar siendo una forma de totalitarismo si, lejos de ser un comportamiento aislado o individual, se trata de una conducta extendida e interiorizada por la mayoría de una sociedad. De hecho la historia nos ofrece datos de cómo ciertas formas de gobierno totalitario contaron con el apoyo necesario y suficiente de parte de su sociedad para apropiarse y/o mantenerse en el poder. Conformarse o mirar para otro lado puede convertirse en un acto totalitario cuando sin alharacas, ni ruido se sostienen gracias a nuestra aquiescencia, omisión o pasividad situaciones para las que no cabe justificación o no al menos desde un planteamiento de justicia de mínimos. El tratamiento de los refugiados por parte de la Unión Europea, por mirar primero dentro de casa, o el de los inmigrantes latinoamericanos por parte de EEUU pero sabiendo que no son los únicos ejemplos posibles y que no es solo en Occidente donde el conformismo puede adquirir tintes totalitarios sino que la globalización consiente y expande cierta forma de indolencia no fortuita que contribuye a desvalijar el discurso de los derechos humanos, reduciéndolo a un bello pero irrelevante poema. No se exime con ello de responsabilidad a quienes de forma directa y consciente adoptan decisiones en esa dirección o, todo lo contrario, deciden no adoptarlas. Medir y pesar la responsabilidad es tarea difícil, ¡quién lo duda! pero, aunque en pura lógica tengan más poder, quizás no esté de más recordar que no solo los poderosos tienen el poder de hacer y decir algo al respecto.

*Filosofía del Derecho. Universidad Zaragoza