Afinales del siglo XIX, la medicina sustituyó a la Iglesia en el control de la conducta humana. La influencia de Carlos Linneo y Charles Darwin en la clasificación y percepción de la naturaleza de la especie llevó a la medicina a concluir que unos comportamientos eran, además de sanos, naturales. Es decir, innatos, y otros, insanos y genéticamente perjudiciales para la vida social. Así, a diferencia de cuanto se había afirmado desde Galeno, se definió la sexualidad humana como naturalmente programada para la reproducción. Obviando que la mujer puede tener relaciones sexuales satisfactorias antes de la menarquía y tras la menopausia. De manera que la reproducción es la consecuencia y no la causa del deseo erótico.

Si desde los griegos se había percibido la diferencia entre géneros como una gradación que admitía el hermafroditismo como parte natural de la diferencia entre géneros, a partir de ese momento, la especie pasa a ser explicada como dicotómica: se nace hombre o mujer, heterosexual y, además, coitocéntrico. Estas cuatro variables independientes entre sí (sexo, género, prácticas sexuales y objeto de deseo) se interpretan como naturales, como genéticamente programadas. Y con esa posición teórica, cualquier conducta que pusiera en cuestión el modelo esencialista era etiquetada como enfermedad mental, mutación o perversión, y, por tanto, objeto de persecución legal, psiquiátrica y condenada al absoluto ostracismo social.

La suerte estaba echada. Desde que en 1869 el sexólogo húngaro Karl-Maria Benkert acuñó el término homosexualidad para calificar las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo hasta 1973, momento en que la APA (asociación de psiquiatría norteamericana) la eliminó de su lista de enfermedades, miles de hombres fueron detenidos, torturados y condenados por la ley de peligrosidad social en España, y miles de mujeres, detenidas o ingresadas y sometidas a abusos psiquiátricos. Hay que añadir que todos los cambios positivos acontecidos tanto en el área anglosajona como en España no habrían sido posibles sin la activa lucha de los colectivos. Es más, fueron los colectivos americanos los que presionaron a la APA a considerar y votar la investigación de Evelyn Hooker, quien, en 1954, demostró que no era una enfermedad mental.

Por la reforma de la ley 77/1978 de peligrosidad social ya no se podía detener a nadie por actos homosexuales: se podían realizar fiestas, organizar encuentros, etcétera, de carácter exclusivo. Pero el 23 de octubre de 1986, dos mujeres fueron detenidas por besarse en la boca en la Puerta del Sol, conducta tipificada por el artículo 431 de la ley de peligrosidad social como «escándalo público». Quedaba y queda mucho por hacer.

Sentirse diferente y carecer de posibilidades de comunicarse con otras personas sin miedo a sentirse juzgado es dañino para la salud mental. Es una situación parecida a sobrevivir en una celda de castigo sin ventanas en el corredor de la muerte social. Los avances obtenidos han dotado de libertad a la comunidad LGTBI, pero… es una libertad condicional. Mientras no se apliquen en la educación las medidas propuestas en las diversas leyes contra la homofobia, el retroceso social es una amenaza latente.

*Doctora en antropología social