Querría yo coger el tema de las investigación sobre el 11-M donde lo dejó hace una semana, aquí mismo, el expresidente del Gobierno don Felipe González Márquez. Pues el que fuera gran jefe socialista, tras reflexionar con indudable acierto sobre los sucesos de marzo, venía a proponer que, en aras del imprescindible acuerdo político para luchar contra el terrorismo islamista, se le conceda al PP la satisfacción de aceptar que sí, que vale, que dijeron la verdad sobre la autoría de los atentados contra los trenes... aunque no la dijeran; a ver si así llegamos a alguna parte. Y ahí es donde me parece a mí que tal posibilidad no deja de ser un mero recurso retórico (el propio González ya considera muy difícil fraguar un consenso útil) porque el Partido Popular no está por la labor, porque los otros partidos tampoco parecen dispuestos a ceder su evidente razón y sobre todo porque la lucha antiterrorista (que algunos denominan oficialmente guerra ) ha dividido en dos bandos casi irreconciliables a las fuerzas políticas y sociales de Occidente.

¿De qué se discute en la campaña de las presidenciales norteamericanas? De seguridad y terrorismo. ¿Sobre qué debaten hoy periodistas, intelectuales, cineastas, políticos, banqueros y expertos de todas las disciplinas? Sobre amenazas, sobre enfrentamientos entre civilizaciones, sobre cómo afrontar los nuevos desafíos. Y aquí hay dos bandos que manejan enfoques y fórmulas totalmente contradictorios. La internacional neoconservadora se ha determinado a convertir el miedo de las masas occidentales en una coartada casi definitiva para reducir las libertades democráticas, auspiciar guerras preventivas e intensificar las contradicciones entre las religiones; a su vez, los sectores que en Europa denominamos progresistas y en Estados Unidos liberales consideran que el terrorismo islamista debe ser combatido manteniendo abierto el diálogo con los países musulmanes, evitando las escaladas belicistas y fiando el control y represión de los asesinos no a los ejércitos sino a los servicios de información y a las policías.

SON DOSmundos, dos visiones que no sólo afectan a la cuestión terrorista aunque éste sea ahora mismo el tema aparentemente fundamental. Con su obsesión por la seguridad lo que los neoconservadores pretenden es poner en marcha una verdadera contrarreforma que barra el Estado del Bienestar, liquide los derechos ciudadanos y convierta la democracia en una carcasa vacía con la cual vestir un autoritarismo de nuevo cuño.

En Estados Unidos ya se ve cómo está el patio. En España, la obvia interrelación entre el 11-M y la jornada electoral del 14-M han subjetivizado al máximo su interpretación por parte de la derecha. El posterior debate sobre aquel atentado y sobre el terrorismo islamista en general se ha vertebrado como una especie de poliedro, cuyas caras están siendo encajadas por el PP y sus terminales mediáticas con una obcecación, una voluntad revanchista y una mala intención que en modo alguno pueden impulsar algún tipo de consenso... Ni aunque el presidente Zapatero haga exhibiciones de talante.

POR UNlado, el PP (junto a sus aparatos de agit-prop, insisto) muestra una resistencia feroz a asumir las consecuencias de sus errores. No hay más que ver, por ejemplo, la postura mantenida por dicho partido en el último debate sobre el accidente del Yak ucraniano, en el que Zaplana y Trillo usaron las tretas más indecentes para rebatir una realidad que Bono presentó objetivamente y con datos incontestables.

Por otro, esa contumacia alcanza el infinito cuando se habla terrorismo. La visión de los conservadores intenta conducir cualquier análisis hacia fórmulas que culpabilicen al PSOE y al resto de los partidos. Así, la invención de disparatadas conspiraciones para explicar el 11-M es usada para tapar los evidentes fallos previos que hubo (bajo un Gobierno del PP) en los sistemas de seguridad, así como la descoordinación policial y la evidente limitación de medios (¿de qué sirve pinchar el teléfono de un presunto terrorista islamista si quienes escuchan no entienden ni papa de lo que dice?). La cosa ha llegado estos días al límite de culpar a la actual directora general de Instituciones Penitenciarias (llegada al cargo hace unos meses) de que fuera en las cárceles donde se formasen ¡en el 2001 y 2002! los comandos que supuestamente pretendían atentar contra la Audiencia Nacional. ¡Y Aznar sigue insistiendo en que ETA está involucrada!

Con esta gente no hay quién se entienda.