Los más jóvenes no saben que durante mucho tiempo, en los años 60, 70 y 80, era usual referirse con una frase hecha a «los 40 años». Se estaba haciendo alusión a la larga y pesada losa del franquismo. Ahora, por actualidad, se esta hablando de «40 años» referidos a la Constitución cuyos fastos culminan hoy, día del referéndum.

La ley de leyes fue aprobada el 27 de ese mes en 1978, no siendo publicada al día siguiente para que no cargase con el apellido del día de los Inocentes, tal y como sucedió con la primera Constitución en España en 1808 a la cual se le apoda la Pepa, pues fue el 19 de marzo cuando fue promulgada. Esta Constitución, muy avanzada, y en los escasos periodos de democracia de este convulso país, duró solo dos años frente a los 40 de la que ahora conmemoramos.

Fue un logro fundamental para la convivencia en libertad. Contó con un amplísimo acuerdo y salvo el PNV, que optó por la abstención, hay que recordar que como grupo parlamentario solo fue mayoritario el voto en contra de Alianza Popular, dejando casi solo al fundador de ese partido que a su voto positivo unió una gran dedicación en su elaboración como ponente.

En ese partido (AP) militarían Aznar y Rajoy y es curioso comprobar cómo es en el actual periodo donde la derecha se ha radicalizado más y se asemeja, incluso endurecida, al ala más derechista de AP. Causa perplejidad que al partido sucesor (PP) se le llene la boca en elogiar la Constitución (solo en algunas cosas como la unidad de la patria). Sus jóvenes dirigentes, junto a los de Ciudadanos, son los que se sienten incómodos cuando, 43 años tras su muerte, se habla del dictador, no votando en las iniciativas como la salida del cadáver del Valle de los Caídos.

La Constitución fue un indudable logro democrático y solo fue posible por la calidad humana y responsabilidad de quienes participaron en ese momento histórico hace algo más de cuatro décadas.

DE AHÍ que surga la pregunta siguiente: ¿Habría sido posible la Constitución de consenso con los personajes que habitan hoy el escenario político? O también: ¿Sería posible hoy una reforma que no se limite a suprimir aforamientos o detalles muy concretos? La respuesta es, indudablemente, no. Nuestra clase política actual sería incapaz de elaborar una Constitución de amplísimo consenso que pudiese ser aceptada por la gran mayoría de los españoles. No tienen los actores (son verdaderamente falsos) la generosidad ni el patriotismo que tuvieron quienes en esos años 70 del siglo pasado hicieron posible algo que hoy sería una quimera.

Son los actuales políticos tan dogmáticos, poseedores únicos de la verdad, tan arrogantes, tan poco generosos, tan escasamente abiertos a escuchar y a renunciar a algunos de sus dogmas, que sería imposible elaborar una Constitución o reformarla con una mínima amplitud.

Es un problema de mediocridad, no ya solo de la dirigencia sino de buena parte de los que hoy habitan el mundo político. Cada vez más carentes de sentido institucional, patriótico, y de visión de futuro. Buena parte de ellos han retrocedido en ideas de libertad y pluralismo más de 40 años.

Hoy, el clima de respeto y aceptación de ideas del otro es cada vez menor, al igual que la calidad democrática de nuestras instituciones es más penosa. Un poder legislativo con clima tabernario, con una institutriz al frente de rufianes. Un Gobierno con 80 diputados que legisla a base de decreto (han hecho bueno al registrador). Un poder judicial que bordea el ridículo tanto en el Consejo General como en gravísimas decisiones adoptadas por el Tribunal Supremo.

Con estos mimbres humanos e institucionales, que han celebrado todos ellos muy solemnes el 40º cumpleaños de la Constitución, no sería posible haber hecho una Constitución para todos ni siquiera reformarla.

Concluyo con un recuerdo personal. En octubre de 1977 --joven de 18 años interesado ya por la cosa pública--, asistí a la presentación de Santiago Carrillo por Manuel Fraga en la conservadora y elitista sociedad política madrileña del Club Siglo XXI. Acudo a internet para recordar una frase de aquel: «El diálogo debe sustituir a los fusiles y los centros de debate a las trincheras». Hoy, que la política es un show para los actores secundarios, muy mediocres, que se sienten protagonistas y para no pocos medios periodísticos enfangados, celebrar la Constitución debería ser algo más que palabras huecas.

*Expresidente de la Comisión Derechos Humanos y Democracia de la OSCE