No es tanto un deseo como la constatación de lo imposible de cualquier reforma que implique una mayoría cualificada, así que ni les cuento de la Constitución española. No es por llevar la contraria, ahora que el Jefe de Estado ha manifestado, por persona interpuesta a los medios, su deseo de buscar fórmulas para restablecer un sistema en el que todos estén a gusto. Ni porque crea en la inmutabilidad de las leyes, ni que santifique la transición española pensando que es insuperable. El problema es quienes van a ser los promotores de esta reforma ¿Los que se insultan en el Pleno del Congreso, en las redes o en la televisión? ¿Los que ven la política como un campaña electoral continua contemplando solo la opción de ganar? Hay un amplio acuerdo en la necesidad de alcanzar sobre todo un nuevo pacto social y otro territorial. Pero a mí también me gustaría que me explicaran en qué dirección vamos a ir, porque las propuestas son antagónicas: de la ilegalización de partidos independentistas y la eliminación de las competencias autonómicas, como propone Casado, al modelo federal por el que apuestan PSOE y Podemos, o el desconcierto de los nacionalismos periféricos que no tienen una postura común.

Y cuando hablamos de la imprescindible protección de los derechos sociales y su financiación aún en tiempo de crisis económicas, el acuerdo entre todas las fuerzas parlamentarias sería un acontecimiento interplanetario, como dijo una vez una ministra y le recordaremos toda la vida. Destacar los errores de los demás y fijarnos menos en los de los nuestros es también una actitud muy propia, que favorece mucho la concordia.

Es verdad que las reformas se producen en momentos de crisis, porque si no hubiera diferencias significativas entre los modos de entender la convivencia de la comunidad, no habría ninguna necesidad de cambio. Pero en la transición del 78 había una aspiración común, transformar España en un país democrático equiparable a nuestro entorno europeo. No veo ahora un proyecto compartido de futuro, ni unos interlocutores políticos decididos a ceder parte de su contenido programático, aquellos que lo tengan. El tiempo del Pacto de Toledo sobre pensiones queda tan lejos como el más reciente intento de acordar una reforma consensuada sobre educación.

El momento de la reforma no parece ser este, y los problemas más urgentes con los que nos encontramos pueden resolverse dentro de esta arquitectura normativa básica. No va tanto de reformar leyes sino de cambiar voluntades, de hacer política.

*Polítóloga