Mientras el país va recorriendo fases de desescalada no vividas nunca, con toda la confusión que esto supone, pero con la voluntad y responsabilidad que se nos ha pedido a la ciudadanía, pese a las excepciones propias de ese segmento de listos que parece inextinguible, y la concienciación de que solo juntos saldremos de esto, lema tan potente e integrador que resulta incontrovertible, incomprensiblemente no ha llegado al Congreso, ese lugar propio de los representantes del pueblo, inmunes por aforamiento, donde, muy al contrario, se sigue un plan de escalada en la dirección contraria.

Si lo que se requiere es unidad por el bien común e inspirar confianza para el futuro, no se ha podido enfocar peor. Que lo más destacado tras la primera sesión de la Comisión de Reconstrucción económica y social del pasado 12 de mayo fuera que, excepto uno, los demás grupos no profirieran ni insultos ni ataques, políticos o personales, y que a eso se le llamara inesperado clima de consenso parecía decirlo todo. Y aun así no ha durado mucho, como hemos podido comprobar esta misma semana. Más allá del escaso rigor de Patxi López, y los enfados de unos y otros, nos deja la imagen de un Pablo Iglesias con sonrisa autocomplacida, hiriente para cualquier sensibilidad a la altura de la importancia del momento, en su particular faceta de sentirse victorioso en cada batalla de ego que se presente. O quizás por sacarse la espina que escocía tras lo ocurrido el día anterior con Cayetana Álvarez de Toledo, siempre volcada en la tarea de demostrar por qué no puede ser portavoz ni de una comunidad de vecinos.

Solo faltaba que Teodoro García Egea, adiestrado en entender las cosas al revés, echara la culpa del clima de crispación política a la propia ciudadanía y que viera «normal que eso se traslade al hemiciclo», o del ahora moderado alcalde de Madrid, que lo achaca exclusivamente a la irrupción y presencia de Podemos, como si fuera una novedad, con lo poco que cuesta repasar las hemerotecas.

Que en estos meses de confinamiento la sociedad civil ha tejido redes de solidaridad es tan fácil de verificar como que la política, especialmente en Madrid, vive peligrosamente ajena a la realidad. Hay, eso sí, honrosas y saludables excepciones con actitudes como las que se ven en Aragón, donde hemos sido capaces de parafrasearnos a nosotros mismos: «Crispa, crispa... que como note crispes tú». *Periodista