Las procesiones, lo reconozco, tienen su aquel. Sobre todo ahora que a su paso vuelan las hostias, la gente cree que es un ataque terrorista y aquello acaba como un encierro de San Fermín. Pero quizás ustedes sean de los que ya han visto muchos desfiles de encapuchados o simplemente no quieren saber nada con esas expresiones de fe y remordimiento. Les recomendaría entonces las películas de romanos. Aunque siempre estoy publicitando este género (el otro día leí al escritor Javier Marías hacer lo propio) y es cosa segura que aquellos films, fuesen hechos en Hollywood o en Cinecittá, dejarán impávidos o más bien estupefactos a los espectadores jóvenes, incapaces de apreciar el morbo que proyectaban sobre las semanas santas de los 60, sometidas al más estricto rigor católico, las turgencias semiveladas de las actrices que encarnaban a heroínas de la Biblia, princesas de Troya y romanas paganas.

Puedo proponerles que viajen. si se lo pueden permitir. Que conversen y armen buenos debates en el vermut y en el café, para ir soltando mala leche y adrenalina. Que vayan al cine (a ver producciones de la temporada, se entiende). Que lean.

Las librerías están siempre repletas de novedades. Porque quizás no haya muchos lectores, pero escritores... a miles. Si quieren seguir mi consejo atrévanse con alguna obra de no ficción. Historia, por ejemplo, que ofrece obras de divulgación tan bien escritas y entretenidas como cualquier buena novela. Péguenle un vistazo, por ejemplo, a La caída de los otomanos, de Eugen Rogan, una fantástica visión del derrumbamiento del Imperio Turco antes y durante la I Guerra Mundial.

Y si de ficción se trata, sepan que el exdiputado de Chunta Aragonesista Chesus Yuste ha publicado una novela (otra, porque no es la primera) titulada Asesinato en el Congreso. En ella no sólo bucea en las tinieblas del poder, sino que documenta con precisión el día a día en la Cámara. Encima tiene pasajes de un erotismo sin tapujos. Quinientas páginas. Como les enganche, les dura todas las vacaciones.