La Liga es clasista y la Copa es democrática. En el fútbol como en la vida: en la Primera División viven los ricos, los de toda la vida y las nuevas fortunas; en la Segunda, la clase media; en Segunda-B, la clase media baja; en Tercera, los asalariados, el proletario que se llamaba antiguamente, y en Regional los marginales. En la competición de Liga, que es como si dijéramos la realidad consuetudinaria, los diferentes equipos y clubes de fútbol no conviven, ni alternan ni compiten entre ellos, sino divididos por castas, los de Primera con los de Primera, los de Segunda con los de Segunda... Imposible para un club humilde, para el equipo de un pueblo o de una ciudad pequeña, hay que ceder al fútbol exquisito y placentero de los Zidanes, los Valerones y los Ronaldos, salvo que medie un enriquecimiento súbito y por súbito, se torne turbio e inquietante. Imposible para un club rico, asimismo transitar por los arrabales pundonorosos y bravíos del fútbol pobre, salvo que se arruine de pronto y del todo, cosa que no suele pasarle nunca a los ricos. La Copa, en cambio, nos acerca la utopía de la igualación permitiendo la relación interclasista de todos los equipos, de todas las fortunas, de todas los pueblos.