Corea del Norte sigue tensando la cuerda. El nuevo desafío ha sido el lanzamiento de un misil balístico de alcance medio que sobrevoló Japón para caer en el Pacífico. Y llega después de que el sábado pasado Pionyang lanzara otros tres proyectiles en aguas del mar de Japón y cuando hace apenas dos meses efectuó una prueba con misiles balísticos intercontinentales con capacidad para alcanzar territorio estadounidense, lo que llevó a Donald Trump a prometer «fuego y furia». El último lanzamiento coincide con el inicio de unas maniobras militares de Estados Unidos y Corea del Sur.

No es la primera vez que el régimen norcoreano lanza proyectiles que sobrevuelan territorio japonés, pero siempre había avisado con tiempo, y además los había lanzado en momentos muy distintos de los actuales, en los que la tensión ha alcanzado una cota muy alta y peligrosa, con serias amenazas, por el momento verbales, como las anunciadas por la Casa Blanca y el aviso de ataques a la isla de Guam, dependiente de EEUU, por parte de Corea del Norte. La última provocación parece destinada a despertar una reacción de Japón, país cuya situación geográfica y cuya historia hacen que se sienta amenazado no solo por Corea del Norte sino también por China, con la que tiene un conflicto por unas islas reclamadas por ambos países.

A la vista de los hechos, las sanciones adoptadas por las Naciones Unidas no hacen recapacitar a Kim Jong-un, y en cambio aceleran su demostración de fuerza. El tirano no quiere acabar como otros dirigentes que fanfarronearon sobre sus más que limitadas capacidades armamentísticas, como el iraquí Sadam Husein y el libio Muamar Gadafi. El líder norcoreano sabe que su salvación está en tener realmente el arma nuclear. Sus regulares provocaciones están destinadas a convencer al mundo de que hay que tomar muy en serio a Pionyang. La crisis no tiene una salida fácil. La militar nunca puede serlo. Con unas sanciones que no funcionan, queda la negociación, pero a Pionyang no le interesa mientras pueda ir aterrorizando al mundo con su escalada. Por ello hace falta una persistente labor diplomática de EEUU y los países de la zona, en particular China y Japón. Pero se da la infeliz circunstancia de que las relaciones entre unos y otros no pasan por su mejor momento. Mientras, la tensión crece.