Las grandes crisis revelan siempre lo mejor y lo peor del ser humano, pues aunque no falta una minoría que pretende aprovecharse de las circunstancias o hace gala de un comportamiento inconsciente, los más están dando un gran ejemplo de sensatez, responsabilidad y solidaridad, con especial mención y agradecimiento hacia todas la personas y profesionales que permanecen en primera línea de la batalla contra el virus.

El Covid-19 ha conseguido alterar gravemente nuestra rutina cotidiana, confinándonos en casa. Sin embargo, los números no parecen gran cosa en cuanto a la capacidad letal de esta pandemia, al menos para quienes todavía caminan lejos de la ancianidad y no se cuentan entre la población de riesgo, pero las secuelas, tan serias como ineludibles, dejarán una huella imborrable, no solo sanitaria sino también económica en la totalidad de la población.

La epidemia pasará y no tardará demasiado en hacerlo, por más que los días sean ahora muy largos; desgraciadamente y como siempre acontece, para los más vulnerables el perjuicio va a ser extraordinario. El paro forzoso en un escenario de extrema precariedad laboral y los ingresos definitivamente perdidos por parte de los autónomos suponen un quebranto que afecta directa y con especial dureza a un importante sector de la sociedad, tan voluntarioso como carente de fortaleza económica. Préstamos de ocasión (que hay que devolver), exenciones fiscales y otras cuantiosas medidas apenas suponen pobres paliativos, tan necesarios como insuficientes. Aunque hoy sea prioritaria la actuación sanitaria, es preciso prepararse para restringir en lo posible el quebranto que muchos van a sufrir y contar, además, con que las muestras de solidaridad van a seguir siendo muy necesarias en el futuro, un mañana que ya se vislumbra, al menos como deseo.

Carmen Bandrés Sánchez-Cruzat.