No podremos salir de esta crisis justo por donde entramos en ella. Tampoco es preciso ser hoy particularmente agorero ni partidario extremo de las teorías eco-apocalípticas para llegar a una conclusión: esta durísima lección nos advierte de cuán frágiles somos, de la extrema debilidad de nuestra manera de organizarnos para vivir y de que era falso el aparente control humano del nicho ecológico que nos alberga. Ahora todas las luces rojas se han encendido y las sirenas advierten de una catástrofe inminente. No solo por las mortales epidemias que se suceden cada vez más agresivas (SARS, Ébola, Gripe A… Covid19), sino por el peligro global que crece en este disparatado Antropoceno como un dragón en su huevo. Pensemos en la emergencia climática, en la destrucción acelerada de la biodiversidad, en la ruptura consecutiva de los más elementales equilibrios de la naturaleza… Demasiada gente y demasiada destrucción de recursos insustituibles. Hace tiempo que jugamos con fuego en la puerta del polvorín.

Estas reflexiones siguen siendo, para algunos, una mera opinión. Ni siquiera ahora querrán los negacionistas aceptar los hechos evidentes. Es más fácil culpar de todo a los políticos y convertir la triste ocasión en un ajuste de cuentas táctico. Pero el aldabonazo resuena en nuestros oídos con tal intensidad que no vale pararse en la superficie de las cosas. ¿Y si esta fuese la última advertencia?

Por eso cada vez me interesa más la reflexión sobre el día después. El miércoles, como ya les había anunciado, se celebró a través de internet (desde www.diadespues.org) una primera aproximación al tema seguida en directo por mil seiscientas personas. Al día siguiente, en el canal #0 de Movistar, Iñaki Gabilondo coordinó una especie de ronda de opiniones de similar contenido. Muy interesante lo que en ambas ocasiones fue saliendo a la luz: desde la necesidad de una gobernanza global que permita afrontar mediante la cooperación internacional problemas que son obviamente globales, hasta la importancia de reprogramar la política, la economía y la ciencia para estar en condiciones de salir del enloquecido rumbo que nos lleva al desastre.

De lo macro a lo micro, ahora mismo la discusión constructiva ha de incluirlo todo. Es obvio que ya nadie puede discutir la importancia de lo público, de lo colectivo, de la igualdad y el principio de que hay necesidades sociales que jamas deben convertirse en negocio. Pero existen aspectos muy concretos cuyas paradojas han de ser descifradas. Les pongo un par de ejemplos.

Primero: España ha carecido y carece de los más elementales recursos para proteger del contagio a sanitarios y otros colectivos profesionales singularmente amenazados... porque no disponemos ni de una sola fábrica donde producirlos de manera masiva; no digamos artefactos más sofisticados como los respiradores o ventiladores. La deslocalización industrial y la conversión del Lejano Oriente (China, Corea del Sur, Taiwan, India) en la gran factoría del mundo nos ha dejado sin capacidad para disponer de mascarillas, guantes y trajes de aislamiento (que ahora algunos jueces, en un ejercicio de fútil impotencia, exigen a las autoridades, como si estas pudieran sacarlos de hoy para mañana de una mágica chistera). Hay que comprar de todo en un mercado donde la demanda ha desbordado la oferta y los mecanismos de distribución han entrado en caos.

Segundo: No hace falta ser un lince para captar que el modelo de residencias y centros de atención a las personas dependientes (ancianos sobre todo) no es el adecuado. Se ha dejado esos servicios fundamentales en manos del sector privado, y allí el beneficio ha impuesto a menudo sus reglas sobre cualquier otra consideración. Esas residencias son en estos momentos el eslabón más débil en la línea de resistencia. En demasiados casos, una trampa mortal.

Quedan muchos días de confinamiento. Días para pensar. Días para aprender.