El Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades elevó ayer de moderado a alto el riesgo de que en más países europeos se pase de casos esporádicos de contagio del virus Covid-19 a focos de transmisión equiparables al del norte de Italia. Ante esta situación, la Comisión Europea ha anunciado la creación de un gabinete de crisis para coordinar la respuesta desde varios puntos de vista: la respuesta médica, el mantenimiento de la movilidad en el transporte y el tráfico de personas y el impacto económico en sectores vulnerables como el turismo, el comercio o la cadena de suministro industrial. La presidenta de la comisión, Ursula von der Leyen, ha recordado la necesidad de una «una coordinación muy fuerte (...) tanto a nivel europeo como nacional». No parece que exista precisamente una armonización en las medidas adoptadas por los estados miembros: desde la decisión, en Italia, de establecer la distancia de un metro entre personas, hasta el cierre de fronteras propuesto por Hungría, pasando por el de escuelas o centros culturales o la prohibición de aglomeraciones. Pasos que se dan en algunos países y en otros no.

«Coordinar no es imponer», recuerda no obstante el Secretario Europeo de Gestión. A lo que cabría añadir la necesidad de reaccionar de forma proporcional a cada situación de riesgo concreta, sin que medidas enérgicas allí donde la cadena del contagio diste más de estar contenida deban extenderse, en otra forma de efecto contagio, allí donde los casos aislados aún puedan ser atajados sin disposiciones que vayan más allá de los afectados y su entorno inmediato, o de criterios generales de precaución.

En España, las acciones llevadas a cabo van hasta ahora en la necesaria línea de coordinación entre el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas. Si finalmente, como ayer se apuntaba, es necesario, en zonas concretas como Vitoria o Torrejón de Ardoz donde la cadena de transmisión no esté identificada o controlada, restringir los movimientos de personas, los eventos con asistencia numerosa, como los deportivos y religiosos, e incluso la actividad escolar, eso no significa que se deban generalizar iniciativas locales como estas, con el impacto socioeconómico que arrastran, allí donde no sea necesario.

El impacto, a nivel global, ya está empezando a ser evaluado. Tanto las más razonables medidas de contención como las reacciones desproporcionadas ante la extensión de la epidemia han conllevado una disminución de la movilidad, una contracción de la producción en regiones clave en el engranaje industrial global e incertidumbres en la realización eventos de alcance mundial.

La OCDE ya ha modificado su previsión inicial de crecimiento del PIB en el 2020: de un 2,9% se pasaría a un 2,4% en el mejor de los casos (contención de la epidemia) y a un 1,5% en el peor escenario (una propagación más intensa en el sudeste asiático y en Europa).

Una amenaza para la economía global que ya compite con otras que estaban sobre la mesa, como una guerra arancelaria o un 'brexit' descontrolado, y ante la que el G7 debe reaccionar con no menos decisión.