La corrupción en nuestro país es el denominador común de una larga lista de delincuencia que subsiste permanentemente en nuestra sociedad. Las múltiples modalidades como la malversación de fondos, el fraude fiscal, la evasión de capital, la prevaricación, el cohecho se dan en todos los ámbitos políticos, empresariales y sociales, por lo que hacen que nuestro país adquiera cierta singularidad y relevancia en el tema que nos ocupa, sobre todo por la magnitud que está adquiriendo con respecto a otros países europeos, donde este tipo de delitos es poco significativo y la normalidad es que el ciudadano tenga una conciencia de respeto y responsabilidad hacia la legalidad y las leyes de su país. Lo preocupante de nuestro caso es que se está convirtiendo en una generalidad, en algo habitual cuando oímos casos de ciudadanos comunes que se manejan con dinero sin declarar o, no tan comunes, como es el caso de Monserrat Caballé. Este desorden está desorientando al personal que intenta trabajar honestamente, que paga sus impuestos mientras observa que los que gozan de mayores privilegios son los que más delinquen, dejando al país con evidentes signos de inseguridad emocional y económica. Ya es hora de que la corruptela se limpie y desaparezca. No se pueden dilatar en el tiempo las investigaciones de asuntos de corrupción, como sería el caso Nóos que desde el 2006, cuando el diputado Balear Antoni Diéguez hizo saltar la liebre y a fecha de hoy, sigue aún sin resolverse. ¿Hay claramente cierta laxitud intencionada o es el poder judicial un embudo que no traga?. Lo cierto es que en España hay cerca de 1.700 casos, que se sepan, solo de corrupción política. ¿Y aún pretenden que seamos creyentes? Pintora y profesora