Es difícil sustraerse al trepidante ritmo de las noticias que los medios nos traen cotidianamente, especialmente la corrupción y los sondeos, tan ligados ambos por la relación causa efecto. El último caso fueron 51 detenidos de una tacada, conmoción nacional e internacional por la cantidad y la calidad de los detenidos. Y aparecerán más. En Aragón tenemos el asunto de Plaza, tras el de La Muela y otros. Sin embargo, pienso que la corrupción puntual y/o individual no es lo más preocupante, con serlo mucho. Es más grave la estructural, que es la que está instalada en España, donde las élites económicas y políticas se reparten el poder de todas los estamentos y organizaciones, sin contrapesos ni controles de ningún tipo ni opciones de opinión popular, salvo en las elecciones. La corrupción estructural sistémica permite que de vez en cuando aflore algo que la misma estructura presenta como individual, para dar de comer algo a los medios. A veces hasta alguno (rarísimo) va a la cárcel, pero la estructura de la corrupción permanece. Las instituciones y el Estado están secuestrados por las élites económicas y políticas.

Luego salieron los sondeos que daban a Podemos el primer lugar en voto directo. Otra conmoción que rompía el bipartidismo y daba la victoria a un todavía no partido que ni ha dicho si se presentará a las elecciones.

Ambas noticias hablan elocuentemente de un final de época y de un cambio mental en la mayoría de los españoles. La crisis ha aflorado un hartazgo contra las élites y la clase política en particular. Lo que implica el fracaso de una sociedad que hasta el momento no ha sabido dar una salida justa y ecuánime a la crisis. Más aún, la desigualdad entre los españoles es escandalosamente creciente y la percepción social sobre el final es totalmente negativa y pesimista, a pesar de las continuas falacias del Gobierno y sus manipuladas estadísticas sobre el paro y la economía. La gente ya no cree nada ni a nadie. A los dirigentes económicos los odia por su arrogancia y su obscena ambición por la riqueza. A los dirigentes políticos los desprecia, a unos por su enriquecimiento inmoral e ilegal y a otros por su incapacidad en neutralizar la situación.

HAN PASADO casi 40 años desde la muerte del dictador. Y aquella confianza que depositamos en los partidos, criminalizados y perseguidos en la dictadura, parece que se ha agotado. Pocos dudan de que ha sido la época más fructífera y brillante de la historia de España. El esfuerzo y aciertos de partidos y sindicatos han sido imprescindibles en el proceso habido. La Constitución, los Pactos de la Moncloa y la instauración de una democracia fueron logros espléndidos fruto de un consenso y un pacto hoy inviables.

¿Qué ha pasado para que tan espléndido proceso se haya frustrado? Hay una palabra clave: cambio. Lo fue para Adolfo Suárez y para Felipe González, en mi opinión los dos personajes clave de la democracia española. Pero cambio no es un concepto estático que una vez usado hay que enterrarlo, sino que debe estar funcionando en todo el proceso. Cambio es un concepto que debe formar parte permanentemente en todos los procesos y estrategias que se quieran conservar vivos y dinámicos. Si uno se instala y piensa que la sola inercia hace funcionar el sistema, la propia entropía agota y arruina el sistema. Y eso ha pasado en España. Lo que funcionó bien y puso en marcha a esta sociedad se ha agotado. Los dirigentes llevan muchos años haciendo lo mismo sin modificar objetivos ni métodos ni estrategias.

Podemos no es más que el reflejo del fracaso del sistema y la catalización de la indignación popular. No son tanto sus propuestas sino lo que ese movimiento significa: una posible oxigenación del sistema. Es cierto que no se trata de izquierda o derecha, sino de lo viejo y lo nuevo. La dialéctica se impone aunque los personajes del drama no sepan qué es. Lo nuevo arrampla con unos elementos viejos que no se han marchado pero que la ola de lo nuevo los va a arrastrar. Triste final para muchos políticos que debiendo haber renovado el sistema no han podido o no se han atrevido y posiblemente tengan que irse en el maremagnum del cambio.

Profesor de Filosofía