El rey Felipe VI ha desperdiciado en su comparecencia televisiva una excelente oportunidad para explicarnos qué está pasando en su casa, en la Casa Real. Puesto que la familia Borbón aspira, desde la transición, a representarnos a todos los españoles, bueno sería saber en qué negativas prácticas no debe en adelante educarnos ni representarnos, para no seguir malos ejemplos. Pero don Felipe no nos explicó qué está pasando en su casa. Muy probablemente el reciente comunicado oficial de repudio al rey emérito vaya a resumir toda explicación al respecto.

El padre de Felipe, Juan Carlos I, por lo común tan dicharachero y próximo, también ha desdeñado el recurso de dirigirse en público a sus antiguos súbditos, a fin de explicar con claridad de qué manos han salido todos esos millones que se le atribuyen al margen de su asignación y de la Hacienda pública, en concepto de qué los ha cobrado, si con recibo o factura, o en negro, y cómo o quién los ha llevado a paraísos fiscales, a cuentas o fundaciones suyas.

De este tenebroso asunto, de incógnitas consecuencias, nadie habla en la Casa Real. Ese doble, esperemos que momentáneo silencio, del padre y del hijo, pesa más que cualquier acusación. Si en Zarzuela hubiese Espíritu Santo puede que el pueblo accediera a un interlocutor, confesor o guía que iluminase la atormentada alma del emérito, pero no da la impresión de que en la Casa, con el espíritu a pie de urna, haya santo alguno. Urdangarín parecía un santito y ya vimos que también pecó...

Sobrevolando los asuntos domésticos, Felipe VI dedicó su mensaje televisado a animar a la población, a los sanitarios, a trabajadores y empresarios, a repetir ante la cámara que somos un gran país, que unidos siempre hemos sido invencibles, que venceremos al bicho y la prosperidad volverá… Hasta ahí todo bien, política e institucionalmente correcto, pero mucho me temo que una mayoría de españoles, aun no habiendo salido a la terraza con la cacerola en la mano, estaban pensando en Panamá, en Bostwana, en Corinna, y en que alguien debería acabar con esa corte paralela de amantes y logreros consagrados a compensar a los monarcas de tantos desvelos.