Alos demócratas no nos gusta lo que está pasando en Cataluña. Y ahí cabe incluir el registro de imprentas y semanarios (donde no consta que se haya encontrado nada), la probable inculpación de cientos de alcaldes, el cruce de amenazas, el lamentable papel de muchos medios de comunicación abducidos por el dinero que reparten las partes (dinero que siendo público ha acabado usándose con obvios fines partidistas). En un país de países donde la televisión del Estado utiliza en sus noticiarios versiones literales del argumentario del PP y donde su homóloga catalana trabaja para el independentismo olvidando a la mitad de los contribuyentes que la sufragan, encontrar buenas razones se ha hecho muy difícil. A veces este proceso (el de los unos y los otros) adquiere tintes cómicos. A veces se masca la tragedia.

No puede gustarnos la manera cerrada y obtusa con la que Rajoy ha encarado la situación. Durante años se negó a tomar alguna medida destinada a evitar que el problema se pudriese o llegara demasiado lejos. El mantra de que no hay democracia sin respeto a las leyes y que por lo tanto serán la fiscalía y los altos tribunales (fuertemente marcados por intereses de partido) quienes resolverán todo cuando fuese menester reduce la política a una especie de formalidad irrelevante. Y eso cuando la desafección ciudadana alcanza cotas inéditas por la simple razón de que los españoles normalitos (los que no tenemos la suerte de sentirnos periféricos y por tanto no estamos entregados a la emoción patriótica) desconfían de unos líderes (o lo que sean) manchados por la ineficacia y la corrupción y duchos en el arte del engaño y la manipulación.

Todo se ha complicado mucho porque la complejidad estuvo ahí desde el primer momento. Acostumbrado a que el mero paso del tiempo le despejase el camino, el gran jefe Mariano quiere redimirse ahora con una exhibición de nacionalismo a la contra. De paso quizás consiga rentabilizar electoralmente todo el barullo. Aunque ojo, que Ciudadanos está ahí para reclamar un buen trozo del pastel. De pena.