"No me trajeron para quedar a mitad de tabla". "No me cabe duda de que conseguiremos el objetivo, este año o el próximo". Las frases son de principios de febrero, hace menos de cuatro meses y pertenecen al principal artífice de que Zaragoza y el zaragocismo hayan vuelto a soñar con el regreso a casa. Pertenecen a Gonzalo Arantegui, Lalo, también zaragocista de cuna. Como usted. Como yo. Uno de los nuestros. Tal vez por eso su discurso ha sido siempre certero. Ni tiros al pie ni salivazos al cielo. Lalo volvió a casa para ascender al Zaragoza. Por el camino dejó todo preparado para que el Huesca hiciera historia. Y lleva camino de hacer lo propio con el club de su vida.

Tampoco él se libró de las dudas iniciales. No podría ser de otra forma con el Zaragoza a un punto del descenso y con Natxo, su apuesta para el banquillo, desnortado, distanciado de gran parte de la plantilla y a una sola derrota de la destitución. Fue entonces cuando Lalo saltó a la palestra para doblar la apuesta y arriesgarlo todo al blanco en lo que parecía una huida hacia adelante.

Pero no. Natxo viró el rumbo, rescató el rombo y dejó de ser un problema para ser la solución. El Zaragoza reaccionó y se abría paso en la competición mientras Lalo asentía sabedor de que tenía razón. Había material para algo más y base para creer.

Hoy, el Zaragoza afronta la última jornada de la liga regular con la clasificación para el play off en el mismo bolsillo en que se ha metido al zaragocismo. Uno tiene la sensación de que la grada cree ahora incluso más que cuando se quedó a apenas seis minutos de volver a la gloria. Ese, al menos, es mi caso. He de confesar que nunca creí en aquella conquista por muy cerca que estuviera. Podía más la absoluta desconfianza que tenía en la capacidad de Popovic para lograrlo. Pero hoy es diferente. Mi fe en Natxo es mucho mayor porque él me ha obligado a tenerla. O a recuperarla. Porque, al igual que otros muchos, la llegué a perder aquella tarde en Alcorcón. Jamás lo hice con Lalo, de profesión creador de proyectos y hacedor de sueños.

Sirvan otros dos ejemplos para acentuar la capacidad de un director deportivo cuyo nombre ya está subrayado en rojo en la agenda de clubes importantes. Lalo cree en la plantilla. En su presente y en el futuro, pero sus dos principales apuestas son Papu y Verdasca, dos futbolistas no hace mucho prescindibles y hoy indispensables. Jóvenes y hambrientos. Como Lasure y Delmás -Zipi y Zape-. O el gran Pombo. O Guti. O Borja, el asesino amable que pregona a los cuatro vientos su deseo de jugar en primera con el Zaragoza.

Las conquistas de Lalo son innumerables, pero la mayor de todas es haber devuelto a La Romareda su razón de ser y una forma de vida. El zaragocista ruge, se siente poderoso y da miedo. Desborda orgullo y vida. Su corazón late con más fuerza que nunca y, por fin, se cree capaz de todo. Sus cánticos llegan al alma.