Ya llevamos unos años con el discurso que da por lanzada la recuperación económica. Las grandes cifras no dejan lugar a dudas. En las luces de neón parpadean sin descanso los incrementos anuales del PIB o el descenso en la tasa de paro, los dos referentes que tiran de la riqueza generada y, de alguna forma, de la distribuida. El Producto Interior Bruto se espera este ejercicio que alcance los 1,16 billones de euros, superando al del 2008, fecha del descenso a los infiernos.

El mensaje político incide en que asentar el crecimiento es la vía más segura para reducir la brecha social. Un planteamiento que se podría suscribir si los beneficios del esfuerzo colectivo llegaran a todos. Pero los informes que pulsan a ras de calle los efectos de esa recuperación alabada no muestran hipnóticas lucecitas de colores, sino carteles garabateados en cartón con titulares menos optimistas. El último de Cáritas obliga a girar la mirada hacia quienes bracean por la supervivencia. Siete de cada diez hogares aún no perciben la recuperación económica, porcentaje que sube al 90% entre los que están por debajo del nivel de la pobreza. Con este panorama el 47% de los españoles cree que dentro de cinco años estará igual y otro 26% que empeorará. Mucha confianza no parece transmitir a la mayoría de la población el mantra de que la mejor política social es el crecimiento económico. Si el batacazo de la crisis tuvo una repercusión inmediata sobre los ciudadanos, la salida del túnel debería propagarse con la misma celeridad. Pero, no. ¿Por qué será?.

*Periodista