Conocí a José en un lugar inhóspito que, para él, era el paraíso. Un lugar de África en el que cada día las grandes victorias se medían y se miden por los gramos ganados por un bebé con la resistencia de un pajarillo. Un lugar en el que las campanas no resuenan por la simple razón de que no existen los campanarios porque los edificios, casi de barro, apenas se sostienen. Una zona del mundo donde los discursos grandilocuentes de la jerarquía eclesiástica llegan pero se traducen a un idioma muy diferente. Un lugar en el que las lágrimas por una muerte son un suspiro ahogado y una mirada de resignación hacia el suelo. Un punto del mapa donde rezar es agarrarse las penas y agradecer otro día más con vida, donde los indicadores económicos solamente hablan de muerte, donde el campo son piedras grises, donde el grifo de agua solo expulsa barro y donde la sequía es la verdadera prima de riesgo disparada.

Es el trozo de tierra donde el invierno no existe, donde la primavera no huele a nada, donde el verano siempre trae malas noticias y donde el otoño se encarga de confirmarlas. Es también el lugar donde ocurren hechos terribles y, a pesar de todo, hechos maravillosos, como que un niño como el tuyo o el mío gane la batalla a la muerte cuando ni siquiera sus siete hermanos creen que vaya a sobrevivir. Es el sitio donde José es uno más entre sus vecinos y se hace africano, donde su discurso tiene que ver con la vida y con la muerte, con las dudas, con el dolor y con el desgarro. En definitiva, con la realidad.

JOSÉ ES sacerdote, ya solo se mueve con un pasaporte africano y tiene unos cuantos costurones en el alma debido a lo que sus ojos han visto después de tantos años allí. Pero sigue creyendo que eso es la fe. Su creencia está en la gente, en los que viven en el barrio de leprosos, a los que estrecha entre sus brazos sin dudarlo. Está en la madre que no ha conseguido llegar al centro de nutrición infantil y no ha salvado la vida de su hijo. Otra derrota. Una más. Y está en esa otra madre que duda de si comerse ella el alimento que le acaban de dar para sus pequeños porque ya no tiene ninguna fuerza más. Ahí está José y esa es su creencia.

Hoy me he acordado de José leyendo las hirientes declaraciones de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica de España. Y hoy he pensado en las campanas, en el barro, en la mejilla con lepra, en aquella escena que no olvidas porque habla de llorar sin lágrimas, en el verano y la primavera inexistente. He pensado en José y en su vida de africano. Y en lo lejos que quedan algunos discursos y lo poco cercanos que son para muchos. He pensado en José y en sus creencias, que están donde está la gente.

Periodista