Era impensable que algo o alguien nos pudiera prohibir salir a la calle, desplazarnos a donde quisiéramos, organizar nuestro de ocio, porque esto tan simple forma parte de nuestra libertad.

Habíamos olvidado que no se puede prever lo imprevisible, y esto que parece una perogrullada, nos ha pillado de sopetón, poniendo a prueba, con brutal contundencia, la firmeza de nuestras estructuras sanitarias, sociales, laborales y económicas.

Nuestra sociedad es admirable, porque la hacen admirable los profesionales que sin escatimar esfuerzos y con medios materiales, en muchos casos insuficientes, están dando lo mejor de sí mismos para salvar nuestras vidas, protegernos, facilitar los suministros esenciales y lograr lo necesario para que lo fundamental no colapse. Lo hacen con riesgo y entrega generosa.

La ciudadanía acata con ejemplar colaboración las normas que se van promulgando, sacrificándose, solidarizándose y dando pruebas de una admirable entereza en su confinamiento domiciliario.

En el aspecto laboral se están produciendo graves daños, como consecuencia del cese de la actividad empresarial. Habrá que apoyar con medidas claras y eficaces a quienes, trabajadores y empresarios autónomos, se están viendo afectadas por el obligado cierre de empresas y comercios. El Real Decreto de medidas urgentes y extraordinarias, a pesar de su grandilocuencia, tiene lagunas e inconcreciones que habrá que subsanar, pasando de los grandes enunciados a la realidad de lo necesario.

Nadie duda de que el descalabro económico va a ser grande y la recuperación requerirá ayudas que, si en otras ocasiones no se escatimaron, ahora habrá que arbitrarlas con generosidad, si se quiere salvar al tejido productivo, sobre todo a las pymes y autónomos y restañar, cuanto antes, las heridas causadas por la actual crisis.

El coronavirus V-19 nos ha golpeado en nuestras vidas, en nuestra economía y en nuestra arrogancia como sociedad occidental consumista y prepotente que, a fuerza de no ejercerlos, había abandonado valores que son imprescindibles para que no olvidemos que somos débiles, muy débiles como individuos y como colectivo social y que solo nos puede hacer fuertes la convicción y el ejercicio de cualidades, hábitos y virtudes que como el esfuerzo, la solidaridad, la ejemplaridad, el respeto y tantos otros, fortalecen en la adversidad y allanan el camino hacia el futuro.

Los españoles tenemos esas cualidades, lo hemos demostrado en muchas ocasiones a lo largo de nuestra historia, pero quizá «se nos ha olvidado» ejercitarlas.

Cuando la crisis se supere, hará falta un liderazgo político que sume y no divida, que tenga meridianamente claro lo que es prioritario y que deje de complacerse en demagogias estériles y ensoñaciones imposibles, que a lo único que conducen es a la incapacidad para comprender el presente, construir el futuro y vertebrar a una sociedad que ahora, como siempre que ha sido necesario, demuestra que está muy por encima de algunos de sus dirigentes.