La literatura japonesa no es nada fácil para el lector occidental. Por mucho que nos gusten Yanusari Kawabata, Murakami o el gran Mishima, la distancia espiritual y cultural es casi tan larga como la distancia geográfica.

Recientemente, sin embargo, he leído gracias al sello Atalanta Lo que vio la criada, de Yasutaka Tsutsui, y me ha reportado una impresión más próxima, como si su autor, en sus temas y maneras de narrar, estuviera algo más cercano al mundo occidental.

Siendo sus ocho cuentos psíquicos, todos ellos protagonizados por una original criadita llamada Nanase, dignos de un Chejov o de un nuevo diablo cojuelo que en el Japón actual de chabolas y pagodas, de ricos industriales y de pobres campesinos, levantara los tejados para observar lo que en el interior de cada familia cotidianamente sucede.

En ese curioso universo de Yasutaka Tsutsui hay un elemento disolvente que corroe los cimientos de la sociedad nipona.

Su sarcástica música se escucha con diversión y placer en sus palabras a modo de un tono burlón, suavemente satírico, incorporado de tal manera al relato de la realidad que no la modifica en absoluto, pero sí la complementa con la visión peculiar de este peculiarísimo autor.

Los ocho cuentos psíquicos incluidos en Lo que vio la criada se caracterizan por estar narrados desde el punto de vista de la joven Nanase, una joven de apenas veinte años que irá sirviendo en diferentes casas y que, gracias a sus poderes extrasensoriales, a la percepción de los pensamientos ajenos, nos rendirá precisas, irónicas, corrosivas observaciones sobre las familias con las que vaya a compartir, siempre en el papel de sirvienta doméstica, un nuevo hogar (pues cambia con frecuencia de trabajo, harta, por lo común, del mal pago y el peor trato).

Tsutsui nos descubre un Japón moderno y al mismo tiempo ancestral, una fotografía donde conviven los rascacielos con los campos de arroz, la mente del innovador urbano con los arcaísmos de la religión y del opio. Por su lucidez e ironía Nanase podría ser universal, pero en el fondo también ella, como el autor, está anclada, atada al opaco destino de Japón.