Putin, simplemente, no iba a permitirlo. Como no puede concebir que Ucrania sea un actor político autónomo, el desmoronamiento del régimen de su aliado Yanukóvich solo se puede explicar por la injerencia --cuando no un complot-- de "Occidente". La respuesta de un Kremlin henchido de orgullo nacional e imbuido de "intereses legítimos" autootorgados tenía que ser, por tanto, aplastante, sin vuelta atrás y sin importar la reacción exterior. Y acorde con ello, la ofensiva de desinformación que Moscú ha puesto en marcha solo encuentra parangón en la larga tradición soviética.

Todo estaba escrito de antemano en el referendo de Crimea, si bien algunas cifras no cuadran con el porcentaje de las minorías, ucraniana y tártara, que habían anunciado su intención de abstenerse. Con todo, los que Rusia llama sus compatriotas --muchos de los cuales ya se habían convertido en ciudadanos de la Federación Rusa gracias al generoso reparto de pasaportes rusos en las últimas semanas-- se han expresado masivamente a favor de su reintegración a la madre patria. La euforia mostrada por gente sinceramente convencida de que ahora va a vivir mejor da por sentado que Rusia la va a acoger.

Pero el Kremlin debe de estar sopesando cuidadosamente si dar ese paso, ya que podría perfectamente optar por dejar a Crimea en el limbo de un Estado de hecho, como otros conflictos congelados en territorio postsoviético. Esto mismo ocurrió con el Transniéster (una franja entre Moldavia y Ucrania), cuya población recibió con el mismo júbilo su anexión a Rusia tras un referendo en diciembre del 2006 donde la opción prorrusa cosechó un 97% de los votos, y aún sigue esperando. El factor que puede pesar a favor de la anexión no vendrá del voto de Crimea sino del posible temor del Kremlin --ahora que el apoyo a Putin bate records-- de perder credibilidad frente a su propia opinión pública, a la que él mismo ha exaltado en esa dirección. Si eso acaba ocurriendo, Crimea se va a convertir en el primer caso en Europa, desde la segunda guerra mundial, de territorio perteneciente a un Estado anexionado directamente por otro Estado.

Otro interrogante es si Rusia, envalentonada por la victoria en Crimea, va a seguir con su política hacia las regiones orientales y del sur de Ucrania con importante población rusófona y, parte de esta, prorrusa. La situación en esas regiones es muy distinta de la de Crimea. Solo las grandes ciudades tienen mayorías rusófonas; en el resto del territorio siempre han predominado los ucranianos, rusófonos o no. Pero recordemos, una vez más, que en Ucrania ser rusófono no equivale ni a ser ruso ni a ser prorruso. Otra cosa es que la propaganda de Moscú sobre supuestos peligros que acecharían a la población rusófona ha encontrado eco en sectores importantes de esta que se están radicalizando a la vista de lo sucedido en Crimea.

Queda la incógnita de ver cómo va a digerir ahora el Kremlin esta victoria coyuntural, que le va a costar una fortuna: no solamente por los costes directos ya incurridos (un despliegue militar cuesta caro, aunque se hayan ahorrado las insignias de identificación-) y por el precio a pagar por mantener un territorio hasta ahora ampliamente subvencionado por Kiev, sino también por el aislamiento internacional (de aquellos estados que, de hecho, son los que cuentan para Rusia) y por el recelo de todos sus vecinos del espacio postsoviético donde, tras la disolución de la URSS, viven dispersos más de 20 millones de rusos.

Los ministros de Asuntos Exteriores europeos han decidido sanciones, tales como restricciones de visados y congelación de activos, contra una veintena de responsables ucranianos y rusos. Por mucho que dichas sanciones sean inéditas en la historia de las relaciones entre Bruselas y Moscú, saben a bien poco frente al desparpajo de las acciones del Kremlin. Sin embargo, algunos economistas rusos de prestigio ya alertan sobre las consecuencias indirectas no solo de estas sanciones sino del conjunto de la situación creada y recuerdan que la dependencia de Rusia respecto del comercio con Occidente es mucho mayor que a la inversa, que la bolsa rusa está cayendo, que las líneas de crédito ya se ven afectadas y que el nivel de inversiones extranjeras bajará. Y todo esto es algo que la estancada economía rusa no se puede permitir. Con todo, y a pesar de las declaraciones de la señora Ashton, que dijo buscar una "respuesta fuerte", Bruselas da más bien la impresión de preocuparse sobre todo por no molestar demasiado a Rusia. El mensaje que acabarán recibiendo los ciudadanos europeos es que por Crimea no vale la pena- Rusia, a cambio, mirará a la Unión Europea con un desdén mayor si cabe.

Investigadora sénior del CIDOB.