El principal encanto de esta más que interesante novela reside, a mi juicio, en su elegante factura, en el buen gusto de su trazado y desarrollo, y en los ecos antiguos, casi decimonónicos, que inspira o despierta. Clasicismo y tradición impulsados por una trama policíaca de ambiente contemporáneo, situada en el Oxford de hoy, pero que igualmente podría haber sucedido antaño, a finales del XIX o a principios del XX, cuando la novela se ajustaba en mayor medida a los cánones narrativos que recientemente ha reivindicado, casi como canon, Mario Vargas Llosa.

Por todas partes, en casi todas las páginas resuenan las voces de G.K. Chesterton, de Agatha Christie, de Jorge Luis Borges. De quien, por cierto, el autor, el también argentino Guillermo Martínez, se declara implícito discípulo. No en vano Martínez había dedicado uno de sus primeros libros --Borges y las matemáticas -- a la paradójica memoria del maestro bonaerense.

Tres de las grandes pasiones borgianas, el eclecticismo argentino, el clasicismo británico y el gusto por las novelas de misterio o intriga, confluyen, a modo de básicas y complementarias normas, en Los crímenes de Oxford . Una novela policíaca pura que se está comportando muy bien en el mercado debido, les decía, a su sofisticada trama, y a la inteligente dosificación de sus elementos de intriga. Basados, en su mayoría, en la ciencia matemática, sobradamente dominada por un Guillermo Martínez que se acredita como doctor en la materia.

Desde los enigmas de la secta de los pitagóricos, con su filosofía numérica, hasta el resumido planteamiento de modernos teoremas todavía sin resolver, la atracción, el misterio y la simbiótica de los números proporciona al argumento enigma y originalidad.

Irredentos teoremas que, como los asesinatos que empiezan a producirse sin razón aparente en el entorno de la vieja Universidad oxfordiana, traen de cabeza a los mejores cerebros. Entre ellos, el del eminente doctor Seldon, un personaje extraordinario, avalado por su prestigio científico y dueño de una capacidad deductiva fuera de lo común. En la ficción, este Seldon llegará a erigirse como un símbolo del Oxford decadente y convencional cuyos profesores juegan al tenis en pistas de hierba y residen en habitaciones oscuras repletas de libros en las que trabajan de noche, fumando y consumiendo tazas de té. El joven matemático argentino que irrumpe como residente en esa antigua civilización de talentos servirá como vehículo a la historia criminal, al tiempo que le confiere un contrapunto latino de cierta eficacia escénica. Allí, en Oxford, todo es leve y solemne a la vez. Como leves, casi intangibles, serán los crímenes, en apariencia menores, a los que deberá enfrentarse el inspector Petersen, otra creación, como la de Seldon, respetuosa con la novela tradicional inglesa.

El final de la novela, precisamente por las enormes expectativas llega a despertar, defrauda un tanto, pero eso no resta un ápice a las virtudes acreditadas desde un principio por el magnífico libro de Guillermo Martínez.

*Escritor periodista