El aumento de las temperaturas y el calentamiento global, las consecuencias de las emisiones de CO2 sin que haya acuerdos efectivos tras las sucesivas cumbres mundiales, la crisis climática, en definitiva, ha dejado de ser un horizonte más o menos próximo y se ha instalado en nuestra vida cotidiana como una realidad tangible ya en el presente y como un aviso sobre la gravedad de las consecuencias en un futuro inmediato si no se interviene con decisión.

La información que publica EL PERIODICO, en colaboración con otros medios del grupo Prensa Ibérica, deja constancia explícita de cómo la crisis afecta ya a distintas comunidades, y de cómo vive España una realidad en la que se combinan fenómenos meteorológicos severos, tormentas intensas y sequías duraderas, con el aumento del nivel del mar y el mantenimiento de acciones irresponsables de los humanos en el medio ambiente. La propia diversidad de la geografía española genera situaciones contradictorias pero que responden a un mismo patrón: el cambio climático está variando las condiciones hasta ahora conocidas e incide tanto en el sector primario --agricultura y pesca-- como en el terciario, de servicios, sin olvidar la afectación en la salud de los ciudadanos, en la economía, en la vida de cada día o en el equilibrio ecológico. Las preocupaciones se extienden desde el litoral mediterráneo al atlántico y en el interior de la península.

El temporal Gloria no solo ha dejado un rastro de destrucción sino también la constatación de la tremenda fragilidad del delta del Ebro, que pierde entidad por la falta de sedimentos y el avance del agua salada. En Valencia más de la mitad de la costa se halla en regresión con deterioro de fondos marinos y desaparición de especies. En Galicia, las sequías persistentes conllevan problemas de suministro y aumento de los incendios, pero el litoral padece asimismo por el calentamiento del agua. También se nota en las ciudades más pobladas, a causa de la contaminación y el efecto isla de calor, con tendencia creciente a la presencia de un clima africano, o en zonas eminentemente turísticas como las Canarias, con perspectivas muy pesimistas tanto para playas como para puntos estratégicos como los puertos. O en humedales de tanta magnitud como Doñana, sin olvidar la catástrofe ecológica del Mar Menor. La lista es interminable: episodios de sequía en Extremadura combinados con alteración de las temperaturas y lluvias torrenciales, o reducción de los ibones y glaciares en Aragón. Todo ello conforma una amalgama de situaciones concretas que derivan hacia la desertización progresiva del territorio y hacia la pérdida de importantes activos medioambientales, con afectación económica y sanitaria y con previsibles crisis sociales.

La acumulación de afectaciones concretas en distintos territorios reclamará tanto tomar medidas a nivel local en cada uno de ellos como la conciencia de que sin un cambio global de sistema productivo y hábitos de consumo todo ello será inútil. Con costes y sacrificios que deberán evaluarse sin olvidar nunca cuál es también el precio, cada vez más visible, de no actuar.