Una de las funciones de las palabras es designar la realidad. Otra es señalizar al emisor. Otra es privilegiar una interpretación: si la interpretación no se corresponde a la realidad, peor para la interpretación. Pueden realizar varias funciones al mismo tiempo. Las discusiones son discusiones sobre términos: se trata de imponer una interpretación, pero hasta para eso se necesita cierto acuerdo sobre lo que significan las palabras.

En el conflicto catalán había palabras que no significaban lo mismo para los independentistas y los constitucionalistas: para unos «democracia» era sobre todo un plebiscito, para otros eran imprescindibles unas reglas legales. Durante unos meses hablar de polarización o crispación indicaba un marco interpretativo que a su vez mostraba tu preferencia. Hablar de polarización en la política española remitía a fenómenos más amplios y repartía responsabilidades. Crispación nos devolvía a los años noventa y a los tiempos de Zapatero. No es fácil determinar de qué hablan los analistas cuando hablan de crispación, pero está claro que es algo que sucede cuando gobierna el PSOE y que lo hace la oposición. Por ejemplo, cuando el año pasado el ministro del interior justificó las agresiones a diputados de Ciudadanos en la manifestación del orgullo gay, eso no era crispación: no cumplía las condiciones. La palabra negacionismo se utilizaba al principio para designar a quienes minimizaban o negaban el Holocausto. (Para quienes negaban, niegan o seguirán negando los crímenes cometidos en nombre de ideas izquierdistas no parece que tengamos un término asentado). La palabra se ha deslizado a otros terrenos: a quienes negaban las causas humanas del calentamiento climático; a dirigentes como Bolsonaro, AMLO u Ortega, cuyo desdén por el peligro de la covid-19 tiene terribles consecuencias. También se emplea para la violencia de género. El Congreso aprobó una proposición no de ley que insta «al Gobierno de España a combatir los discursos machistas y negacionistas de la violencia de género». No está claro qué entraría en esos discursos: ¿la negación de la violencia contra las mujeres, una interpretación incorrecta, una opinión basada en datos erróneos, una investigación que busque explicar el fenómeno, algo que seguramente es necesario si pretendemos combatir esa violencia? Todorov desconfiaba de las leyes de la memoria: «Si la verdad del pasado depende de un voto parlamentario, mañana el parlamento puede decidir que no murieron los judíos sino los alemanes. No hay que someter la verdad al voto. La verdad es más fuerte que un voto».

@gascondaniel