Mi artículo anterior era sombrío, me encantaría equivocarme. Le prometí resarcirlo con uno amable. A principios del año compro tres cuadernos, rotulo las tapas y anoto incidentes para apresar instantes. Un tiempo sin huella emocional es un tiempo malgastado. Malvivido. Me demoro en la elección, me seducen las papelerías y las ferreterías, el humano que escribe y el humano que usa herramientas. Leí que a Sánchez Ferlosio, el autor de El Jarama, le atraen las ferreterías; a mí, como a Benet, me sedujo Alfanhuí, un libro mágico antes de inventarse el realismo mágico. Lo puso al alcance de todos la colección Salvat-RTV, la primera colección de literatura para pobres.

Me estoy yendo por las ramas, una manera de disfrutar de los pájaros. En la tapa del primer cuaderno rotulo: EFH, El Factor Humano. Por cierto, es el título de la mejor novela de Graham Green. Aseguran que es un relato sobre la guerra fría, pero es una novela de amor. Y de whisky. Hay un hijoputa magistralmente retratado, el doctor Percival, un médico que mata, la antítesis del humanismo y la ciencia. ¡Ah, me despisto! Vuelvo al cuaderno. En él anoto al final del día anécdotas sensibles. No ha acabado enero y tengo tres apuntes. Uno sucedió en el autobús 38. Hacía frío. Nos hacinábamos en el pasillo central. A mi lado una madre lleva de la mano a una niña especial de unos cuatro años. ¿Existe algún niño que no sea especial? Un frenazo. A la niña se le cae un guante, lo recoge y a ciegas busca la mano de su madre. Se confunde y toma la mía. Su madre sonríe; yo le hago un gesto, que calle. Se suceden las paradas. Estoy dulcemente apresado. La pequeña mano no puede abarcar la mía pero coge con fuerza mis dedos índice y corazón. Mucho más tarde la madre la toma de la otra mano, se preparan para descender. La pequeña se da cuenta de su error. Avergonzada aprieta el rostro contra las piernas de su madre. Los tres sonreímos. Antes de bajar me da un tirón de la manga, me obliga a agacharme y me da un beso. Tenía que haber descendido hace cuatro paradas, pero voló el tiempo brujo de llevar a una niña de la mano. No tengo espacio para contarle la segunda anotación, una joven que lloraba indiferente entre la gente. La atendió un señor gordo. Por un instante dejó de llorar.

En otro cuaderno rotulo en la tapa una «C», de Cultura, esa cosa tan extraña. Películas, novelas, artículos y demás que me han sobresaltado. Han quitado de la cartelera zaragozana Paterson, no llegue a verla. He acabado Aragón en guerra, una sólida novela de Javier Fernández. Tan didáctica como desgarradora. Y tan difícil, porque sintetizar de forma amena un conflicto que partió en dos el corazón de Aragón es un logro. Con las novelas los lectores vivimos varias veces. ¿Sufrió usted con Winston Smith o se enamoró de Anita Ozores?

Los otros cuadernos son íntimos. Le sugiero algunos que usted puede llevar: el de los vinos con un precio inferior a seis euros que le han gustado, el de los momentos de amistad, el cuaderno «X» donde no se anotan las proezas sexuales sino las miradas ardientes... ¿Releeré este año Ada o el ardor? Sorprende leer estos cuadernos al final de año. O releer los de hace diez años. La escritura es una manera de que cada instante sea único. Pruebe, compre cuadernos y anote. Usted también es único.

*Escritor