Opino que empieza cuando uno se sienta al borde del camino y no quiere, no puede o no le permiten intervenir en las cosas en las que antes pasaba sus días. A mi me suena mejor lo de ancianidad que lo de vejez a secas, que parece reprocharnos no haber previsto bien ese futuro que ya es presente y que no nos mereciésemos el descanso de esos días finales sobre la tierra. Todo son palabras, es cierto, pero todas no suenan de igual manera; las palabras tienen algo de droga legítima que de alguna manera trata de conformarnos y más de una vez, lo consigue.

Decía Bertrand Russell que, llegando a viejo, existe el peligro de dejarse absorber por el pasado pero el recuerdo es inevitable siempre que no ocupe por entero, nuestro almario. Siempre recordamos aunque la vida y la necesidad, requieran que nuestros pensamientos miren adelante, procurándonos lo que no siempre es viable: ocupaciones nuevas, intentando que sólo sean eso, ocupaciones, no preocupaciones. Naturalmente, casi nunca resulta sencillo.

Hay decenas de encuestas sobre la vejez pero remedios no parece tener. El ocio en esa edad equivale en la mayoría de los ca-

sos, a la pobreza o a un descenso de posibilidades de hacer algo que desazona al que las sufre; "algo que hacer" exige habernos habituado bastante antes, a desempeñar tareas que sustituyan al trabajo perdido con el retiro.

Miguel Delibes confiaba en tener cabeza para darse cuenta de cuándo ya no tenía cabeza... Un filósofo abulense poco conocido en España porque su vida de adulto discurrió fuera de los límites ibéricos, aseguraba que nunca había sido tan feliz como en la vejez porque "había aprendido a vivir en el presente y por tanto, en la eternidad" y aún añadía que eso "significaba alcanzar una juventud perpetua, ya que nada puede ser más nuevo que cada día que amanece". Santayana fue desde luego, un anciano optimista.

A Genaro Poza, un hombre al que conocí siendo ya él mayor (nunca debe decirse bastante), hablando de la vida y de la edad, le escuché decir con retranca y buen sentido común, que lo más difícil de nuestras existencias era el tercer acto.

Admira la persona que ve su porvenir con sosiego bien humorado y "sin esperar cotufas en el golfo". ¿Qué esperamos de los científicos que nos alarguen más la vida o preferiríamos mejor que nos la ensancharan? La realidad es que nos alargan la existencia según demuestran las estadísticas, lo que no sabemos es si es eso lo que querríamos ni sabemos qué razones ponderó esa enfermera madrileña que quiso programar su propia muerte, algo que debe reflexionarse huyendo de condena alguna.

Leí hace ya tiempo, que un grupo de científicos de no sé dónde, había dado con el culpable de la demencia senil; conseguirán que muramos de otra causa, no que nos liberemos de morir. Tara Aso, ministro japonés de economía, instaba públicamente a los ancianos a fin de que se dieran prisa en morir; mi deseo es que él siga viviendo, tras decirle que su solución me pareció algo abrupta.

A VECES, el tiempo pasado fue mejor, como decía Jorge Manrique. Desde luego, en este caso así parece si tenemos en cuenta que en 1961, el darocense Mariano Navarro Rubio, siendo ministro de Hacienda, patrocinó la Ley de Actualización de Pensiones disponiendo que cualquiera que fuese la fecha en que hubieran sido causadas, se revisarían tomando como regulador el sueldo asignado o el que en el futuro se asignase en los Presupuestos Generales del Estado, a igual empleo, categoría o clase que el que hubiera servido para la clasificación del causante del haber pasivo, más los incrementos legales autorizables.

Tal revolución duró hasta la crisis de Zapatero and company; era una cláusula de actualización para todos los pensionistas, no de las pensiones de los parlamentarios que, al menos cuando se llamaban procuradores, no causaban pensión alguna y hasta no hace mucho, tampoco. Los pensionistas fueron desposeídos de aquella cláusula estabilizadora por la citada crisis aunque en 2015, ¡recibiremos un incremento del 0,25 %! Hacienda qué buena es. Adiós querido IPC.