Cuando éramos pobres, hace más de tres años, los partidos de izquierdas pactaron un decálogo con las medidas más urgentes a adoptar. Ese documento, ahora ya marchito e inservible, desarrolla las prioridades del acuerdo entre PSOE y Podemos, actores protagonistas. Leído ahora causa incluso sonrojo en algunos aspectos. Se daba un mes, sí un mes, para que el Gobierno aprobase un Decreto-Ley de emergencia social. Las personas primero, decían. Era la llamada renta social básica, con la que la izquierda quería apoyar a los más desfavorecidos por la crisis. Algunos puntos se cumplieron, como la paralización de la LOMCE o la ligera reducción de altos cargos. Pero resulta sangrante que no se haya logrado abordar la emergencia social, cuyo texto legislativo duerme el sueño de los justos en las Cortes. Este olvido tiene sentido. Porque ahora ya somos ricos. Sí, hemos pasado de la miseria, a nadar en la abundancia. Ahora en los debates de las Cortes ya no se habla de la gente que no llega a fin de mes, ni de los microsalarios. Eso es agua pasada. En Aragón vivimos a todo tren, y lo que más nos preocupa es el impuesto de sucesiones, ese que paga el 10% de la población; los que heredan, por ejemplo, 800.000 euros (suertudos ellos). La emergencia ha cambiado, ya no es social, sino electoral. Lo urgente son los coqueteos para posibles futuros pactos; lo prioritario ya no es tanto la gente de a pie, que ya parece dar igual, como echar un cable a aquellos que más heredan. En esto anda la izquierda mariposeando. Y la derecha, feliz.

*Periodista / @mvalless