No hay alambrada lo suficientemente alta para que no la pueda saltar un hombre desesperado por el hambre y por el miedo. Vemos que a Ceuta y Melilla llegan cada día centenares de subsaharianos en busca de un poco de esperanza. Para ellos esta pequeña posibilidad es tan grande que son capaces de arriesgar la vida para conseguirlo. Una huida hacia adelante, o eso o morir. En nuestro país sabemos lo que es emigrar y sabemos lo duro y penoso que es, pero si además se corre el riego de perder la vida en el intento, nos podemos imaginar el sentir de estas personas en esas situaciones límites. África sigue siendo una tragedia humana, como ha habido muchas en la historia de la humanidad, pero a pesar de este bagaje, la sensibilización encaminada hacia una solución no existe. Marruecos actúa con la inmigración como pasillo fronterizo para que lleguen a España. Ceuta toma medidas que terminan con 15 muertos; mientras se investiga, las vallas pierden fuerza y se producen nuevas llegadas. Estos miles de extranjeros que cruzan nuestras fronteras comienzan un periplo burocrático para ser expulsados a sus países de origen, pero estos no los reconocen como nacionales propios, con lo cual a España se le crea un gravísimo problema, porque según nuestras leyes, el proceso de expulsión no es tan fácil. Asesorados por letrados utilizan fórmulas que hace que se retrase su retorno. Con lo que pasado un tiempo si no se materializa su repatriación quedan libres, de forma alegal pero permaneciendo en España. Nosotros solos no podemos asumir este legado humano insostenible. Mientras, el resto de Europa mira para otro lado. ¿Qué hacen los eurodiputados? Pintora y profesora de C.F.