Tras la horrible tragedia, el Gobierno ruso debe dar completas y rápidas explicaciones sobre su conducta en el desenlace de la inhumana toma de rehenes por terroristas chechenos en una escuela dela república de Osetia del Norte. Si puede, debe acreditar la versión oficial de que no dio a sus fuerzas especiales la orden de iniciar el asalto y terminar de cualquier modo y por la fuerza con una situación que exigía medición, frialdad y consideración humanitaria por parte de las autoridades hacia los cientos de niños que estaban entre los retenidos.

LOS METODOS DE PUTIN. El jueves, con una rapidez encomiable y políticamente inteligente, desde el Kremlin se había hecho saber que la prioridad absoluta era preservar la vida de los rehenes. Se accedió en seguida a que un mediador respetado se dirigiera al lugar del ataque y las autoridades locales confirmaron que las órdenes eran dialogar, controlar la situación, esperar y ver.

Pero algo sucedió ayer y desencadenó que la sangre corriese de nuevo, como ocurrió en el Teatro Dubrovka de Moscú en octubre del 2002, cuando la impericia de las fuerzas de élite acabó en una matanza en la que, además de los terroristas (rematados a tiros), cayeron 129 inocentes espectadores. Es evidente que ahora en la prudencia inicial del presidente ruso pesaba el recuerdo de aquella tragedia, que confirmó su predilección por los métodos expeditivos cuando no por el puro ejercicio del terror, como el que el Ejército ruso aplica en Chechenia convirtiéndola en tierra quemada. Pero este secuestro de niños ha vuelto a acabar en un río de sangre y el poder político del Kremlin debe probar que esta vez no es corresponsable de ello.

FANATISMO CHECHENO. Más allá de estas consideraciones está la evidencia de que, en primera instancia y sin sombra de duda, los máximos culpables son los terroristas. La resistencia chechena, que defiende una causa respetable en sí misma y que antes se limitaba a contragolpear a todos los regímenes rusos (zaristas, comunistas o el actual, formalmente democrático) ante las agresiones a su reivindicación nacional, ahora actúa sumergida en un fanatismo radical musulmán.

La influencia y el carisma de los combatientes chechenos que regresaron de los combates de Afganistán hicieron posible esta derivación indeseable. Operaciones indignas y moralmente inaceptables como este secuestro de niños parecen confirmar que su ala militar está fuera de control, trufada de integristas extranjeros, y que va a hacer más por liquidar la causa chechena que todos los gobiernos rusos juntos.