Miguel Mena dejará Radio Zaragoza tras 38 años en la emisora. En programas como 'Estudio de Guardia', 'Parafernalia' y 'A vivir Aragón', se ha convertido en una de las voces más reconocibles de nuestra comunidad. Melómano, aficionado a los juegos de las palabras, memorioso, exquisito y vehemente, maniático y lúdico, en sus entrevistas transmite algo infrecuente: no solo sabe preguntar; sabe escuchar. Es un madrileño zaragozano que nos ha enseñado muchas cosas de Aragón, de la música, de la justicia y la compasión, de la curiosidad como cuestión moral. Miguel, que ha hablado de la radio en libros como 'Onda media', 'Micromemoria' o 'Canciones tristes que te alegran el día' y ha publicado admirables novelas y textos de no ficción, se dedicará a escribir.

Una de las primeras presentaciones que recuerdo fue la de 'Vinagre en las venas' (1992), la primera novela de Mena. Era el Centro Cívico Delicias y fui con mi padre (que la presentó) desde Urrea de Gaén. En Vitrina de libros aragoneses (La Cadiera) José Luis Melero ha recogido textos que leyó en presentaciones, y ahora veo que durante mucho tiempo las presentaciones eran uno de los lugares donde veía a mis amigos, y donde aprendía de libros y de películas. Las asocio a mucha gente querida: algunos ya no están, como Félix Romeo. No vivo en Zaragoza y aunque en Madrid presentamos cada mes la revista donde trabajo, la pandemia ha interrumpido esos encuentros: imposibilitando las reuniones y llevándose al poeta Luis Miguel Madrid, que nos acogía en su bar. Al leer las piezas ingeniosas, inteligentes y emocionantes que Melero escribe sobre libros de Labordeta, de Cristina Grande, de Pisón, de Fernando Sanmartín, de Rodolfo Notivol, de Antón Castro, del propio Mena, me he acordado de conversaciones y textos leídos y textos improvisados, en Antígona y Portadores de sueños y Cálamo y FNAC y mil sitios, de presentaciones tediosas y otras divertidísimas, y de cuando decíamos que la costumbre en Aragón era poner mal el libro del que se hablaba. He echado de menos esas noches, con los bares intermedios y una cena en un indio o un griego o en Casa Emilio, donde José Mari, que también ha muerto, refunfuñaba porque fuéramos muchos más o menos de los que habíamos dicho, con un código en el que la reprimenda era una forma de cariño, y había chistes, discusiones y parodias, y luego íbamos a otro bar y algunos a veces seguíamos, porque siempre había algo más de lo que hablar, porque en los libros verdaderamente importantes la presentación termina al alba y porque Zaragoza era una fiesta