Según Jared Kushner, de profesión marido de Ivanka Trump y yerno de Donald Trump, la paz cuesta 50.000 millones de dólares. Esa es la cantidad prometida a los palestinos en la conferencia de Baréin con la que EEUU empieza a desvelar su plan de paz para palestinos e israelís, conocido hasta ahora, modestamente, como «el acuerdo del siglo» y que en Baréin ha sido presentado como «la oportunidad del siglo», tal vez para poder seguir colgando a los palestinos el falso sambenito de que nunca pierden una oportunidad de perder una oportunidad. La propuesta estrella es construir una autopista elevada entre Gaza y Cisjordania. Kushner, al que no se conocen ni experiencia ni conocimientos en política exterior, tal vez debería haber hablado con Condoleezza Rice, que perdió semanas de inútil shuttle diplomacy tratando de acordar algo mucho más modesto: un servicio de autobuses entre Gaza y Cisjordania. Fracasó, claro.

Pero Kushner -a la fuerza ahorcan, con semejante suegro- no puede permitirse el lujo de declinar la palabra fracaso. Su tesis para solucionar el conflicto palestino-israelí es fiel a su visión del mundo y experiencia vital: el dinero todo lo puede. Y quién le lleva la contraria, si su suegro es presidente de EEUU y él puede organizar una conferencia bautizada como Paz y prosperidad en Baréin, donde en el 2011 las tropas de sus amigos saudís reprimieron una primavera árabe que pedía democracia. Son precisamente Arabia Saudí y las petromonarquías del Golfo los únicos que creen en el acuerdo del siglo, y quienes, con la vista fija en Teherán, pagan la factura.

Los palestinos no quieren ni oír hablar del acuerdo del siglo. No debe extrañar: los 50.000 millones no compran la paz, sino la claudicación y la aceptación de décadas de ocupación y desposesión. También en este aspecto, el plan de Kushner (y su suegro) es fiel a su visión del mundo: los fuertes ganan; los débiles pierden. En la selva, el acuerdo del siglo se llama la ley del más fuerte.

*Periodista