La lógica de ETA no es comprensible desde el Estado de derecho y los valores democráticos. Sus reacciones son imprevisibles y sólo responden a la lógica interna de la propia organización terrorista. Estaba anunciado que la crisis abierta el 26 de enero tendría una continuación por entregas. Lo peor estaba por venir, como ha demostrado el comunicado difundido ayer por ETA (y veremos qué nos deparan los próximos días).

Desde hace dos décadas y, especialmente, desde la ruptura del Pacto de Ajuria Enea (primavera de 1998), los fines de ETA son claros: socializar el terror (aquí se inscriben los asesinatos indiscriminados, de víctimas con escaso relieve político, pero fáciles de perpetrar); condicionar la agenda política vasca y española; profundizar la desunión de los demócratas frente al terrorismo, y dinamitar los puentes entre socialistas y nacionalistas democráticos que abogan por el diálogo como medio de encontrar una salida política al conflicto vasco (aquí se inscriben, entre otros, los asesinatos de Fernando Buesa, Ernest LLuch, etc).

LA CAPACIDADde manipulación mediática demostrada por ETA en anteriores ocasiones hacía prever que daría su versión de la reunión con Josep Lluís Carod-Rovira. Y los antecedentes (atentados de Hipercor y de la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza tras las conversaciones de Argel --1987, el segundo año más sangriento de la siniestra historia de ETA-- y ruptura de la tregua en diciembre de 1999 a pesar del Pacto de Lizarra y de que en Euskadi había un Gobierno nacionalista, etcétera) lo avalaban.

El comunicado de ETA persigue un fin claro y contundente. Cerrar cualquier posibilidad de cambio político tras el 14 de marzo y asegurarse de que el modelo del tripartito catalán no se convierta en un referente alternativo al modelo de Estado y de política del PP. La carga de profundidad lanzada por ETA apunta directamente al Gobierno de Cataluña, puesto que podía erigirse en el referente de una nueva forma de hacer política basada en el pacto, el consenso y el diálogo entre fuerzas políticas distintas pero dispuestas a entenderse para hacer posible un modelo de convivencia y de encaje de las nacionalidades históricas en el Estado español diferente del que defiende el PP.

Y, sin duda, una vez más, ETA parece haber conseguido su objetivo. En el momento de mayor debilidad de la organización armada, como no se cansa de repetir desde hace unos meses el consejero de Interior vasco, Javier Balza, y en pleno repliegue estratégico, la cortina de humo del comunicado permite a ETA situarse de nuevo en el centro de una campaña electoral (ya lo hizo en 1998 cuando anunció una tregua unas semanas antes de las elecciones al Parlamento vasco).

Además, las primeras reacciones apuntan en esa línea. La desunión de los demócratas se ha hecho patente de nuevo. Las demandas a favor de la revitalización del Pacto Antiterrorista en los términos propuestos por el PP son un verdadero balón de oxígeno cuando Batasuna se encontraba en un proceso de descomposición que parecía imparable. La polarización de la campaña electoral en torno al conflicto vasco y la violencia terrorista anula cualquier otro mensaje político.

La españolización de la política catalana la deja atrapada en la dicotomía perversa de defender una vía de diálogo que difícilmente se entenderá ahora en el resto del Estado o hacer seguidismo de una política que aboca al choque institucional y prolonga el conflicto con todas sus trágicas consecuencias.

La utilización partidista y electoral del tema del terrorismo, en lugar de afrontarlo con visión de Estado, lo convierte en un mecanismo electoral aunque sea a costa de criminalizar a los nacionalismos democráticos y apropiarse de las víctimas del terrorismo.

LA PERVERSIDADdel comunicado de ETA se hace patente cuando la tregua se reduce a Cataluña y consigue así enfrentar a los ciudadanos catalanes con el resto de España. Quedan claras, pues, las intenciones de ETA: profundizar al máximo la desunión de los demócratas, poniendo en el ojo del huracán al tripartito, e impedir cualquier posibilidad de cambio, aunque sea a costa de sacrificar a Carod-Rovira, y a pesar de su hipócrita canto al "empuje de las fuerzas independentistas" en Cataluña. La estrategia del cuanto peor mejor ha sido una constante en la historia de ETA y ahora no es distinto: prefiere una mayoría absoluta del PP, que le permita reagrupar fuerzas y mantener su macabro discurso, antes que una salida política al conflicto vasco.

Ante eso hace falta una respuesta serena, no dictada por el fragor del momento, e intentar, más que nunca, una respuesta contundente y clara de todos los demócratas. Me temo, sin embargo, que no todo el mundo estará por la labor.

*Catedrático de Historia Contemporánea