Lo más descorazonador es que la imagen de Donald Trump se recupere en su país a base de bombazos. En una semana de vértigo, el presidente de Estados Unidos ha tomado cuatro decisiones trascendentales. El día 8 de abril autorizó el bombardeo de una base del régimen de Bashar al Asad en Siria. Al día siguiente ordenó enviar buques de guerra a la península de Corea. El día 13 rectificó su posición sobre la OTAN, con la que ahora dice compartir «valores perdurables». Y el día 14 cerró el ciclo mandando lanzar la llamada madre de todas las bombas sobre la zona de Afganistán donde se refugian los guerrilleros del Estado Islámico.

Trump, que llegó a la Casa Blanca hace solo unos meses al grito de ¡América primero!, se ha metido de hoz y coz en varios conflictos internacionales. No ha tratado de demostrar el poderío militar de la nación, que es de sobra conocido, sino su disposición a utilizarlo sin demasiados miramientos. Y eso es lo que produce escalofríos.

Sobre todo cuando se asiste a situaciones como la de la entrevista que el miércoles le hizo la periodista estrella de la Fox, Maria Bartiromo. Trump relató que estaba con el presidente de China, Xi Jinping, en su residencia de Florida disfrutando del postre de la cena cuando le informaron de que los barcos americanos estaban preparados para lanzar sus misiles. «Así que le expliqué al presidente chino que teníamos 59 misiles que se dirigían a Irak». Inmediatamente, la periodista le corrigió: «Que se dirigían a Siria». «Sí, a Siria», rectificó Trump, dejando así la increíble sensación de que el comandante en jefe no sabía muy bien qué país había bombardeado.

Es un clásico de la política americana que los presidentes recurran a operaciones militares en el exterior para tapar sus problemas internos. Célebre es el caso de Bill Clinton y los bombardeos sobre Afganistán y Sudán en 1998 a los tres días de admitir su relación extramatrimonial con Monica Lewinsky. Causa pavor pensar en Trump en el puesto de mando mientras tuitea sus consignas ultramontanas. H *Periodista