Sería más fácil si fuera el virus de la gripe. A los más vulnerables, vacuna gratis. A los afectados, cama, caldo, analgésicos y, en días, como nuevos.

Pero no, este virus tiene vocación de metástasis y espíritu de conquistador. Cuatro preguntas bastan para detectar a la bicha.

¿Toleras a tu alrededor o en tus publicaciones en las redes sociales comentarios que no soportarías que fueran dirigidos a los tuyos? Es decir, los que dicen qué asco de bandera, «esta gente» es repugnante, qué país de mierda… ¿Criticas con la misma contundencia y severidad la historia, la corrupción, los errores, los excesos, los abusos de los tuyos que los de los otros?

¿Contrastas las noticias que señalan y desprestigian al otro con el mismo celo que las que denigran a los tuyos? Y, para acabar, ¿realmente crees que los otros (sean quienes sean) son un colectivo homogéneo y que, por tanto, se les puede calificar con adjetivos generales que, para qué vamos a engañarnos, suelen ser intrínsecamente peores que los tuyos?

La intolerancia es tan traidora que incluso invita a responder con una negativa inmediata y categórica a las anteriores preguntas. Reacción que, de algún modo, no deja de ser una trampa, pues parte de una cierta presunción de superioridad frente a esos otros, siempre otros, tan sectarios.

Dudemos, reflexionemos, cuestionemos (cuestionémonos), es la única vacuna contra la intolerancia.

*Escritora