Cuando Dios pensó en crear a Adán y Eva decidió ocultarles, siquiera un poco, la llave de acceso a la cámara de la felicidad: no quería que dieran con ella con demasiada facilidad.

"Todo tiene un precio. Que se lo curren", pensaría.

Dios pidió entonces parecer a algunos dioses menores sobre el lugar más adecuado para esconder dicha llave. Unos le propusieron que en el fondo del mar. Otros que en la montaña más alta. Nadie le convenció.

--La dejaré en el interior de sus corazones, comentó finalmente a sus más allegados.

Así las cosas, mucho camino habremos adelantado si buscamos la felicidad (relativa, que tampoco hay que pasarse) en el interior de nosotros mismos, junto a las aurículas y los ventrículos, junto a las venas y arterias de la vida. Allí mismo puede estar.

Y si además no somos muy exigentes y, llegado el caso, no añadimos sufrimiento innecesario al inevitable, liberaremos tensiones y realizaremos la catarsis de nuestros propios monstruos, a veces imaginarios.

*Doctor en Medicina y radiólogo