Un nudo se formó en mi garganta y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. El vello de mi nuca se erizó y el pánico inundó cada fibra de mi cuerpo por completo. ¿Por qué? Pues porque sentí que la oscuridad me perseguía... Sentí que la oscuridad cobraba forma y venía a por mí con funestas intenciones. Sentí que toda la atmósfera del pasillo cobraba vida. Sentí que a mis espaldas nacían cientos y cientos de monstruos horrendos, aprovechándose de la total negrura y de mis miedos infantiles... Había sido un estúpido.

El anterior interruptor de la luz lo había dejado atrás sin pulsarlo para así no tener que volver luego a apagarlo, y desde luego había sido un grave error, ya que el pasillo a oscuras era tan largo... Sí, no lo veía, pero sabía que ahora era muy largo, inmenso, interminable... Dios, tenía que llegar a mi habitación como fuese.

Una vez allí podría encender la luz y seguramente con ello moriría la oscuridad, se esfumaría, desaparecería, se olvidaría de mí. Pero ahora la notaba a mi lado, cada vez más cerca.

Y entonces sentí que algo férreo me abrazaba por la cintura y que algo viscoso rodeaba a la vez mi cuello con tenacidad. Caí de bruces al suelo y algo gelatinoso me rodeó todo el cuerpo como una manta bañada en mermelada rancia. Profiriendo gritos de locura y dolor me incorporé como buenamente pude, abrazado por mil brazos que no eran brazos, avancé un par de metros llevando a cuestas mil bocas que me devoraban y busqué a tientas el interruptor de la luz, pasando mis manos con fruición y desesperación por las frías paredes.

De pronto lo sentí y lo pulsé. Y al brotar la luz como una explosión de color blanco y ver a la perfección lo que me cubría y me devoraba lamenté sobremanera el haber encendido la luz. H