La generación que vivió la transición de la dictadura de Franco a la democracia puede entender que el PSOE tenga "un alma republicana" y que, sin embargo, haya contribuido con decisión a mantener la monarquía. En aquellos momentos de esperanza y miedo, los socialistas optaron por el pragmatismo. Se trataba de conquistar una democracia plena, pero con una concesión: que la Jefatura del Estado recayera en el Príncipe designado por el dictador. El PCE de Carrillo se sumó a esa operación. Es lo que ahora se recuerda como el consenso constitucional. Mucho más dudoso es que las generaciones nacidas en plena democracia entiendan esa contradicción entre los ideales republicanos, anclados en una historia de épica y tragedia, y el socialismo monárquico, que dio sus primeros pasos en Suresnes (1974) de la mano de Felipe González y que continúa hasta hoy. Muchos jóvenes, y otros no tan jóvenes, dan por superado ese compromiso histórico y reclaman revisar hoy muchos de los pilares de la transición que hasta ahora se consideraban inamovibles, entre ellos el del modelo de Estado. La pulsión republicana de estos días no se debe tanto a algunos errores del rey Juan Carlos como a la entrada en crisis del gran acuerdo alcanzado hace tres décadas y media. El fallo fue no darse cuenta de que tal consenso era como un esqueje recién plantado que hay que ir regando con paciencia. Y eso es lo que no se ha hecho. ¿Puede alguien extrañarse de que IU se haya desenganchado de ese gran pacto cuando sufre desde entonces una ley electoral manifiestamente injusta que beneficia al PP y al PSOE? ¿Puede desconcertarnos que muchos jóvenes sin futuro encuentren su bote salvavidas en partidos ajenos al marchito consenso del 78? Periodista