La crisis demográfica se agudiza en España de forma alarmante ante la más absoluta indiferencia del Gobierno y partidos políticos que se enzarzan en lo suyo, solo en lo suyo. En el primer semestre de 2017 se registró el peor saldo vegetativo en la serie que elabora el INE desde 1975: murieron 32.132 personas más de las que nacieron porque el índice de natalidad alcanza mínimos históricos. En Aragón vamos cuesta abajo y sin frenos: el año pasado nacieron 517 niños menos que en 2016, que ya registró 296 partos menos que en 2015. No voy a hablar de las mujeres NoMo, aquellas que con todo el derecho del mundo se niegan a ser madres porque consideran que su cuerpo no es una máquina de fabricar niños, porque los niños estropean vidas muy placenteras y libres, y, solo faltaría, porque no se es más mujer por ser madre. Pero sí de las que quieren ser madres y no se atreven porque su embarazo equivale al finiquito, o porque antes o después se las va a penalizar frenando sus carreras profesionales o menguando sus salarios. De su salud física y emocional ya ni hablamos. Y también de las que no pueden engendrar porque cuando alcanzan seguridad laboral su ciclo biológico ha terminado o su reserva ovárica está en las últimas. Somos los más viejos de Europa con el índice de natalidad más bajo después de Portugal, pero esto no interesa a quienes deberían gobernar y legislar para apoyar la natalidad y conciliar trabajo y familia con horarios flexibles y escuelas infantiles públicas. Algunos cabestros aún creen que esto es cosa de mujeres y los que no mueven un dedo les dan la razón. H *Periodista