Ya lo he dicho más veces: el fútbol me es ajeno, y por eso no entiendo determinadas indulgencias que se le ofrecen a este mundo y a lo que le rodea. Me tocan cosas, claro, como que el Zaragoza pierda sin remedio (a lo mejor es porque los jugadores son de tercera regional y están jugando en segunda división, no pidan peras al olmo que no es culpa de ellos) o que se muera Maradona. De Maradona no tengo más recuerdo que sus imágenes borracho, drogado o lo que sea, que esos medios de comunicación que ahora lo ponen en un altar no se han cortado en publicar: Maradona farfullando, con las piernas flojas, soltando incongruencias. Maradona ha dado tanto juego en las televisiones disputando un partido como mostrando su penoso declive.

Como no me gusta el fútbol me dan igual sus jugadas maestras, que además no sé apreciar, pero su comportamiento público siempre me ha dado tanta pena como vergüenza ajena.

Pero sí que hay un debate que me interesa, y que tiene que ver con esa jugadora, Paula Dapena, que se ha negado a guardar un minuto de silencio por Maradona. Ella aduce que era un maltratador, un pedófilo y una persona violenta, y las pruebas avalan lo que dice. Con dos narices ha dado una bofetada no solo a los que lloran como si se hubiera muerto su padre, sino a todos esos políticos, del presidente del Gobierno para abajo, que lo han canonizado vía twitter, que no cuesta nada y les hace quedar muy bien. Eso por no hablar de que para ministros como Garzón, todo queda olvidado porque era amigo de Fidel Castro, otro hombre maravilloso en lo personal.

Por eso, hablando de fútbol, y por lo tanto, de pelotas, aquí la única que las tiene es Paula Dapena. Mi enhorabuena por tu gesto, querida.