Ha llegado la hora de abordar la cuestión rural, que es también saldar una deuda con nuestros orígenes abandonados. Fuimos un país rural hasta que con el Plan de Estabilización (1959) el Franquismo decidió desquitarse de la autarquía y desbocar el caballo desarrollista para beneficio de unos (los urbanitas Polos de Promoción y Desarrollo) y sacrificio de otros (los pueblos que cedieron con sus jóvenes su futuro). La industrialización galopante se hizo a costa de vaciar los recursos rurales, humanos sobre todo, llegándose a construir un imaginario peyorativo --el paleto, el pueblerino-- que alcanza hasta hoy.

Hoy el mundo rural agoniza, la despoblación y el envejecimiento son los síntomas más acuciantes, en su costado más vulnerable, la España rural interior, aunque esto es extensible en nuestro país a casi todo el medio rural. Las tierras donde se ubicaba la antigua Celtiberia tienen, de hecho, menos densidad demográfica que Laponia: 7 habitantes por km2. No es una situación inexorable, es reversible si actuamos con urgencia: el problema tiene origen sociopolítico y también política es la solución. Disponemos ya de un magnífico marco jurídico aprobado y no aplicado (la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, para el Desarrollo Sostenible del Medio Rural, complementada con el Real Decreto 752/2010, de 4 de junio). Allí está el diagnóstico, allí se apela a atajar estos males desde las comarcas, un marco territorial mucho más próximo y natural que evita los neocentralismos provinciales y autonómicos.

Allí está la despensa y el pulmón del país, las reservas hídricas y el ocio vacacional de muchos urbanitas, pero los transportes pasan a velocidad del AVE y las líneas de alta tensión a la de la luz sin dejar un euro compensatorio, los ambulatorios escasean y las ambulancias llegan tarde, como los escolares que tienen que hacer kilometradas para cumplir con su derecho a la educación. La Política Agraria Comunitaria ha propiciado, sobre todo en la España rural interior, un neocaciquismo de grandes propietarios que acaparan tierra en vacíos poblacionales, por no hablar de las amenazas de los voraces procesos de globalización que incrementaría un apocalíptico TTIP en este ámbito: transgénicos, fracking, explotación de las hidroeléctricas, bancos de tierras para las multinacionales, etc.

La solución pasa sobre el papel por una confluencia de acciones de gobierno con el empoderamiento de la ciudadanía rural. Esa acción conjunta y solidaria blindaría la soberanía del mundo rural frente a intereses espurios, nacionales e internacionales. Por eso es tan importante la batalla de la soberanía alimentaria, auténtica barricada frente a las apetencias de las transnacionales de la alimentación, por eso hay que apostar por la agricultura y ganadería ecológicas o los productos de proximidad, por eso hay que salvaguardar todos los ayuntamientos, por pequeños que sean. Sobre esa base democrática se edificará un nuevo mundo rural más libre y avanzado. Pero eso es la teoría, porque al día de hoy los partidos políticos del régimen ya han demostrado su ignorancia, desprecio u olvido (el PSOE aprobó la oportunísima ley del 2007 para luego meterla en un cajón), Ciudadanos, haciendo honor a su nombre, apenas se preocupa del medio rural y, cuando lo hace, es para destrozarlo aún más con propuestas como la supresión de los pequeños municipios. Todos ellos, con distintos matices, se sitúan en una lógica neoliberal que ha hundido al campo. IU no sobrevuela las buenas intenciones, solamente Podemos ha colocado la cuestión rural en el centro del tablero, reconociendo la situación agónica, rescatando la citada ley del 2007, asumiendo sus medidas corregidas y aumentadas. Todas estas iniciativas de rescate rural se plantean a través de activos círculos rurales --hoy se reúnen en Molina de Aragón, posiblemente la comarca más despoblada de Europa, en unas jornadas que cerrarán Errejón y Echenique-- y del Consejo Rural Estatal, compuesto por representantes autonómicos y miembros de los círculos sectoriales.

Ahora los problemas están sobre el tapete; hay estudios e iniciativas ciudadanas que han elaborado muchas medidas concretas y cuantificadas para solventar la problemática rural, incluso se han hecho estimaciones presupuestarias de cuánto costaría aplicar las medidas de la citada ley del 2007 y el R.D. que la desarrolla; es bastante menos de lo que les hemos prestado a los bancos a fondo perdido. Es cuestión de apostar ahora por los ciudadanos de un mundo rural en los estertores. Si, como auguran las encuestas, las fuerzas del cambio altersistémico quedan relegadas, la negra nube del olvido volverá a cubrir nuestros campos y los buitres sin alma de la globalización afilarán los dientes... Entonces habrá que volver a las trincheras con el consuelo de que, al menos ahora, los diagnósticos y las soluciones ya están en el aire.

Escritor